DE LA MÍSTICA PALABRARIA AL SABOR DEL SABER
Número 23 / AGOSTO, 2024
4
muchos receptores sabrían agradecer. Ante ello sería urgente desarrollar
habilidades para alcanzar una comunicación ecaz, efectiva y eciente
en términos utilitaristas, justo a partir de ello los hablantes valorarían
más las mediaciones áulicas y escolares donde se imparten técnicas
comunicativas de corte lexicológico. Todo esto conduce a un camino en
el que los hablantes empiezan a familiarizarse con el diccionario que es
el mejor amigo de todo comunicador, a mayor vocabulario es posible
dibujar, pensar y expresar el mundo que nos rodea, es más, habrá mayor
posibilidad de entender la vida convirtiéndose nuestro lenguaje en el
medio que nos orienta hacia una comprensión e interpretación de la
existencia humana.
Creo fervientemente en que todo hablante avanza signicativamente en
su manera de comunicar según sean sus propias carencias, claro está
que en los tiempos que estamos atravesando no son muchos quienes
se atreven a chocar contra sus propios muros paradojales para de ese
modo reconocer sus limitadas formas expresivas. Este impacto denota
claramente que muchas personas quieren progresar sin que ello amerite
un mínimo esfuerzo tanto cognitivo como metacognitivo, darle un uso
acertado a la lengua equivale a reconocer en sí mismo la expresión
absoluta de la vacuidad comunicativa, lo cual representa la ausencia
de signicados mínimos. Tengamos presente, quizá desde una cultura
más mística, que la conexión con el mundo se establece a través de los
signicados de aquello que percibimos a diario. En tal sentido invito
a pensar sobre todo aquello que desde hace tiempo hemos visto pero
jamás nos hemos detenido en el lexicón para vericar su multiplicidad
sígnica, de esa manera, lejos de perder la conexión con las cosas nos
acercaremos al punto de apreciarlas con la razón vital que ellas merecen.
Si la lengua, en un sentido amplio facilita la concatenación entre los
sujetos y su medio, diremos analógicamente que lengua, lenguaje,
pensamiento, hablante y habla son la trabazón perfecta en la que se
construyen las realidades disímiles y diferenciadas devenidas de
carpinteros y talladores en busca de las mejores obras de arte. Es así
que debemos ver en la lengua el arte sublime de la expresión con
contenido, como es evidente, donde hay arte hay genialidad, talento,
facultades, disposición, artilugios, ingenio, pero sobre todo disciplina
para ver materializada esa comunicación con características estéticas,
sensibles y proclives a la retroalimentación. Si todo ello se cumple
habremos dado el gran paso para enunciar que el pensamiento de cada
persona será equivalente a su capacidad para expresarse, es decir, lo que
Wittgenstein (2009) enunció como “los límites de mi lenguaje son los
límites de mi mundo” (p. 105) entendiendo con ello que el tamaño del
mundo que percibe cada persona será proporcional a su concepción y
madurez lingüística.
En denitiva, madurar los procesos lingüísticos garantiza la extensión
de la mente humana hacia otros estadios desconocidos, signica que
la construcción de nuevos mundos es la ruptura de lo ínmamente