REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
Aceptado para publicación:
17-mayo-2017
Recibido para revisión:
05-abril-2017
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LA FLECHA DEL TIEMPO.
UN ACERCAMIENTO INTERDISCIPLINAR DE LA FÍSICA A
LA HISTORIA
THE ARROW OF TIME
AN INTERDISCIPLINARY APPROACH FROM PHYSICS TO HISTORY
RESUMEN
ABSTRACT
Este artículo intenta un ejercicio de acercamiento disciplinar entre dos ciencias con distintos
objetos del conocimiento que coinciden en el estudio del tiempo como coordenada fundamen-
tal. Esta noción paradójicamente hace la diferencia entre ambas, por ello será aquí abordada
como factor de contrastación entre la concepción lineal que de ella prevalece en la Historia,
versus la multidimensionalidad desde la que se le piensa en la Física. Los extraordinarios avan-
ces experimentados en el campo de la física teórica, son comparados en esta revisión documen-
tal con la percepción de un aparente estancamiento disciplinar, derivado fundamentalmente de
la inamovilidad que circunscribe a la Historia al estudio del pasado. La forma de concebir el
tiempo, será también el referente utilizado para demostrar la necesidad de romper con los
obstáculos que al desarrollo de la ciencia imponen las barreras disciplinares, para finalmente
sugerir a los historiadores el tomar en cuenta las potencialidades teóricas y pedagógicas de las
bifurcaciones como modelo explicativo alternativo a la representación lineal.
Palabras clave: futuros alternos; interdisciplinariedad; tiempo; universos paralelos.
This paper attempts an exercise disciplinary approach between two sciences with different
objects of knowledge that coincide in time study as a fundamental coordinate. This notion
paradoxically makes the difference between the two, so it will be here addressed as a factor
crosscheck between the linear conceptions of it prevails in history versus multidimensionality
from which he thinks in physics. The extraordinary advances made in the field of theoretical
physics, are compared in this documentary research with the perception of an apparent stagna-
tion discipline, basically stemming from the tenure history circumscribing the study of the past
time. The way of conceiving time, will also be the benchmark used to demonstrate the need to
break the barriers to the development of science impose disciplinary barriers, finally sugges-
ting to historians taking into account the theoretical and pedagogical potential of bifurcations
explanatory model as an alternative to the linear representation.
Keywords: alternate futures; interdisciplinarity; parallel universes; time.
Alexander Antonio Rincón Cabrera
Universidad Pedagógica Libertador
Instituto Pedagógico Rural “El Mácaro”
Luis Fermín, UPEL-IPREM, Venezuela
alexrincon28@hotmail.com
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
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INTRODUCCIÓN
Este artículo tiene por objeto de análisis la
noción del tiempo desde la visión de la
Física y la Historia. El titulo la flecha del
tiempo sugiere un fluir en una determinada
dirección, generalmente representada en una
línea recta que avanza de izquierda a derecha
para indicar una trayectoria de recorrido a lo
largo de tres etapas: pasado, presente y
futuro, la cual es ordenada a discreción para
construir una secuencia aparentemente
irreversible.
Sobre los supuestos de dirección y secuen-
cia, y en la certeza de la irreversibilidad de lo
ocurrido, los historiadores despliegan la
explicación de los eventos humanos en el
pasado, no obstante en física la realidad se
concibe de un modo radicalmente distinto,
de allí que en los razonamientos que a conti-
nuación se despliegan, se intente un acerca-
miento disciplinar entre la concepción
temporal de la historia y el tiempo de los
físicos.
Se trata de una investigación analítica
sustentada en una revisión de fuentes docu-
mentales, en la cual se expone en un recorri-
do comparativo los fundamentos epistemo-
lógicos de ambas ciencias desde una pers-
pectiva inter y transdiciplinar.
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
DISCUSIÓN
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu
-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
97
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
98
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci
-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
99
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
100
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
101
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno
-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
102
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
103
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
104
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
105
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
106
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
107
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (95-109)
ISSN 2550-6722
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del caos al orden. Barcelona, España:
Gedisa editorial.
.
comunidad historiográfica, lo hiciera en
comparación con las ciencias naturales,
incluso y como quiera que el texto también
denota una defensa implícita de la interdisci-
plinaridad, viene al caso resaltar que en
algún lugar del tratado “Apología para la
Historia”, Bloch afirma que la física no
hubiera llegado tan lejos de haberse ceñido a
las ataduras disciplinares, y justo de eso se
trata, de llegar tan lejos como se pueda frac-
turando ortodoxias y franqueando barreras
disciplinares.
108
Dos perspectivas: una escalar y otra dimen-
sional hacen la diferencia en el modo en que
ambas ciencias conciben el tiempo. La física
estudia el funcionamiento de un universo
inconmensurable y a la vez finito del que
forma parte el hombre, en la que el tiempo y
el espacio constituyen, desde Einstein lo
sabemos, un mismo continuo de cuatro
dimensiones, tres espaciales y una temporal
donde el pasado, presente y futuro tal como
son culturalmente representados no existen.
Por su parte la historia estudia el tiempo de
la evolución de las civilizaciones humanas
en la tierra, de las que forman parte todas las
ciencias como productos culturales, en ella
se sigue manejando la noción de espacio que
se tubo hasta finales del siglo XIX, reducida
al sustrato geofísico donde ocurren o trans-
curren los eventos. La física estudia fenóme-
nos del universo que por eones anteceden al
hombre y ante él se rebelan, haciendo que
este se vea forzado a interpretarlos en tanto
está en juego su misma supervivencia, mien-
tras que la historia es un invento humano que
tiene por objeto acopiar, ordenar e interpre-
tar los eventos societales ocurridos en el
pasado.
Los saberes que dieron origen a ambas cien-
cias pueden ubicarse en la prehistoria. De
hecho el monumento mesolítico de Aber-
deenshire, Escocia, especie de calendario de
piedra construido a partir de la observación
de las fases del Sol y de la Luna, atestigua la
preocupación del hombre por comprender el
transcurrir del tiempo a través de la interpre-
tación fenoménica de los astros 8.000 años
antes de Cristo. La Historia comienza miles
de años después durante la última mitad del
IV milenio A. C, con la invención de la
escritura y el registro de los eventos en
manuscritos de escritura cuneiforme.
Corría la edad del bronce en Sumeria Meso-
potámica donde encontramos dos datos
importantes que dejan constancia de la
antigüedad de la presencia de la historia para
entonces como arte, también de la física
como campo diferenciado del conocimiento.
El primero remite a registros arqueológicos
citados por Binkley (1998), que revelan la
más antigua evidencia del oficio de historia-
dor; el cual se le atribuye a una mujer, la
sacerdotisa Enheduana de Uruk, hija del rey
Sargón I de Acadia, la primera persona que
registró su autoría en documentos escritos en
Sumerio cuneiforme que datan del 2.300
A.C.
Como segundo dato, la arqueología también
da cuenta de la existencia de documentos
babilonios que evidencian la utilización de
cálculos que hoy podríamos llamar físicos,
destinados a interpretar el movimiento de los
astros, véase (Shea 1980). No obstante el
comienzo de la Física en su status científico
se gestó partir de las leyes que formulara
Newton en 1697 en el compendio Principia
Mathematica, tratado de teoría general con
el que todavía hoy pueden calcularse órbitas
de planetas y satélites, trayectorias y veloci-
dades de objetos en el espacio y efectos
gravitacionales mutuos entre cuerpos astro-
nómicos, cuyos axiomas alcanzaron el rango
de leyes y desde luego constituyen la mate-
rialización de un conocimiento científico
especializado, construido por acumulación
de acuerdo a la taxonomía aportada por
Thomas Khum en 1962.
Newton en efecto, construye un modelo
explicativo que equipara al universo con un
mecanismo de relojería; exacto y predecible.
Sin embargo, en las comunidades científicas
las verdades son relativas y efímeros los
consensos teóricos, por ello la vigencia de
estas teorías que en su momento fueron
revolucionarias se mantuvo casi por 300
años, hasta que a finales del siglo XIX
fueron frontalmente cuestionadas por Henri
Poincare, físico y matemático francés quien
literalmente despedazó el modelo newtonia-
no del sistema solar, al demostrar mediante
ecuaciones matemáticas que estas leyes solo
se ratificaban en el cálculo de interacción
gravitacional entre dos cuerpos a velocidad
constante, no obstante se derrumban con la
entrada en juego de un tercer cuerpo, por lo
que en adelante se desató un proceso de
contrastación que termino por derrumbar la
arquitectura de un universo estable regido
por principios invariablemente exactos, para
dar paso a nuevas teorías que por el contrario
describen un universo entrópico que se
desplaza aleatoriamente entre el orden y el
caos, algunas de las cuales debelan la exis-
tencia de planos ocultos de la realidad por
ahora no demostrables experimentalmente,
cuya presencia es sin embargo percibida por
el modo en que sus efectos inciden en la
dinámica del cosmos.
Desde ese portal a la incertidumbre surgen
un conjunto de planteamientos que ponen al
descubierto la existencia de universos alter-
nos al que habitamos, una realidad no dispo-
nible a la percepción sensorial cuyos princi-
pios explicativos sustentados en el concepto
geométrico, espacio tiempo relatividad de
Einstein, tienen su punto de partida en el
modelo penta dimensional Kaluza-Klein,
propuesto en 1919 por Theodor Kaluza y
completado en 1926 por Oskar Klein, del
cual han derivado una serie de sorprendentes
teorías que dan cuenta de la existencia de
universos paralelos al nuestro con los que
compartimos el continuo espacio-tiempo,
que para los efectos se descubre seccionado
en múltiples dimensiones, a las que Feyn-
man citado por Hawking (1994), denomina
la suma de historias, que viene a ser el resul-
tado del agregado de todas las historias posi-
bles del universo, es decir de todos los dife-
rentes continuos espacio-tiempo.
Entre estas teorías vale destacar la de los
Universos Paralelos o el multiverso, formu-
lada en 1957 por Hugh Everett y más recien-
temente el principio de súper simetría, que
constituyendo una versión acabada del
modelo Kaluza- Klein, ha venido a ser una
especie de trampolín para el lanzamiento de
la denominada revolución de las cuerdas,
cuyas ideas iniciales les son atribuidas a Jöel
Scherk y John Henry Schwarz en 1974, y
sucesivamente desarrolladas hasta lo que
hoy se conoce como la revolución de las
súper cuerdas propuesta por Edward Witten,
quien en 1995 formuló la hipótesis de la
existencia de 11 dimensiones, es decir once
universos paralelos, a cada uno de las cuales
denomina P-branas, haciendo alusión a la
función separadora en la continuidad, que en
la naturaleza caracteriza a las membranas.
Este breve recorrido por la evolución del
principio Kaluza – Klein, basado en los
aportes de Green (2006), tiene por objeto
significar el alto nivel de verosimilitud y de
argumentación científica que dentro de los
exigentes estándares de la física teórica
ostenta la teoría de los universos paralelos,
la cual emerge dentro del marco de legitima-
ción surgido a principios del siglo XX con la
irrupción de dos grandes modelos explicati-
vos del universo. Se trata de la Teoría gene-
ral de la relatividad formulada por Albert
Einstein en 1905, y la Mecánica Cuántica
cuyos cimientos fueron edificados en 1900
por el físico alemán Max Planc.
La Teoría de la relatividad se ocupa de las
grandes escalas del universo, por ello se
enfoca en la interacción entre masa, grave-
dad y energía en el cosmos y el macrocos-
mos, de ella la Teoría de los Universos Para-
lelos toma el concepto del continuo tiem-
po-espacio o cronotopo. Por su parte el
centro de atención de la mecánica cuántica
es la escala microscópica, el mundo subató-
mico, cuyo comportamiento se rige por
leyes distintas a las observadas para el resto
del cosmos.
Desde esa perspectiva, uno de los patrones
observados, referidos como argumento por
la Teoría de los Universos Paralelos es el
principio de superposición de estados, el
cual en líneas generales indica que un elec-
trón e hipotéticamente cualquier objeto
material, puede estar simultáneamente en
dos o más locaciones, no obstante una vez
observado se materializa en una de ellas, una
condición también denominada estado cuán-
tico, cuya explicación a todas luces indica
que a escala subatómica el mundo no se
comporta como lo hace en nuestra escala, en
la que un objeto únicamente puede ocupar
un solo lugar al mismo tiempo.
La duda en cuanto a la aplicación del princi-
pio de superposición de estados en objetos
macroscópicos, quedo ingeniosamente
despejada en 1935 con el Gato de Shoedrin-
ger, experimento mental desarrollado por el
físico austriaco Edwin Shoedringer, dirigido
a demostrar una serie de hipótesis en torno al
comportamiento especifico de las partículas
subatómicas en su función de onda. Tras ese
objetivo ideó un experimento que consistía
en encerrar un gato, en una caja provista de
un dispositivo programado con un 50% de
probabilidades de liberar un gas venenoso a
partir de la descomposición aleatoria de una
partícula radiactiva. Para los efectos, mien-
tras el animal no estuviera a la vista, tendría
50% de posibilidades de estar vivo y 50% de
posibilidades de estar muerto, y así perma-
necería en los dos estados, vivo y muerto al
mismo tiempo y en el mismo lugar, hasta
que el acto de apertura de la caja y la subsi-
guiente acción observadora, determinara o
en este caso sentenciara su condición.
Este experimento ha tenido diversas inter-
pretaciones desde entonces, entre ellas la
célebre interpretación de Copenhague y la
de muchos mundos o many worlds, que es la
que aquí nos interesa, en tanto al sugerir que
el gato podría estar vivo y muerto en distin-
tos universos, constituye una aseveración
que fractura nuestra certeza en torno a la
existencia y el ordenamiento de los seres y
las cosas que percibimos, al someter a dura
prueba una condición ontológica innata que
se reconoce incapaz de pensar de otra
manera la ubicación temporal de los even-
tos.
El mayor aporte para la definición del
tiempo fue el de Einstein, en tanto en su
concepción del continuo temporo-espacial,
el tiempo deja de ser la pasiva mesura del
trascurrir de los eventos, para transformarse
en factor influyente a la vez que influido en
y por su ocurrencia. Así lo deja expresado
Hawking:
Este fue el mayor triunfo de Einstein. Su
descubrimiento transformó por completo
nuestro modo de concebir el espacio y el
tiempo. Ya no constituían un fondo pasivo
en el que sucedía una serie de aconteci-
mientos. Ya no podíamos imaginar el
espacio y el tiempo como en un perpetuo
transcurso, sin quedar afectados por lo
que sucedía en el universo. Muy al
contrario, se trataba de unas cantidades
dinámicas que influían y eran a su vez
influidas por los acontecimientos que allí
ocurrían. (Hawking 1994:52)
Hoy seguimos teorizando acerca del tiempo,
pero ahora sabemos que no necesariamente
se da en línea recta, o por lo menos no se
mueve en una sola dirección, en tanto la
geometría que se le asigna es solo una repre-
sentación, cuyo encadenamiento lineal
vendría a ser un convencionalismo derivado
de la básica premisa Euclidiana que expresa
“dos puntos determinan una recta”. En este
caso pasado, presente y futuro resultan en
tres puntos que efectivamente hacen una
recta, pero con ellos bien podría construirse
un triángulo de no estar alineados, porque la
línea recta al fin y al cabo viene a ser solo un
conjunto de puntos ordenados para satisfacer
la idea de relación entre coordenadas estre-
chamente asociadas a la representación
espacial.
Y como quiera que de puntos hablamos,
justo en este me asaltan la memoria las ense-
ñanzas de mi maestra del quinto grado,
quien alguna vez en clase de geografía,
intentando explicar la redondez de la tierra,
y luego de dibujar y borrar el ejemplo del
barquito de vela de Aristóteles, hizo que
concentráramos la atención en la punta de
una tiza que sostenía con la mano derecha
extendida hacia nosotros, seguidamente
marco una “X” en el centro del pizarrón,
asegurándonos que si partiéramos desde esa
marca y recorriésemos todo el planeta rayan-
do la trayectoria en línea recta y sin desviar-
nos, al final arribaríamos directamente a ella
por el extremo contrario al punto de partida.
Cuando mi buena maestra Dora, maestra de
las de antes, hacia el trazo de tiza desde el
punto central del pizarrón hasta el extremo
derecho del marco, para luego hacerlo
converger al mismo punto desde el extremo
izquierdo, luego de dar una vuelta imagina-
ria alrededor del mundo, que por supuesto
incluía ambos extremos de la pared donde
colgaba la pizarra, de seguro tenía una idea
de la magnitud escalar del universo por su
inconmensurabilidad. No obstante era poco
probable que conociera las ecuaciones de
Friedman que demuestran su curvatura,
porque en efecto los objetos lanzados al
vacío tienden a desplazarse en línea recta,
sin embargo dada la curvatura del continuo,
sus trayectorias se inclinan por efectos del
campo gravitatorio. Así las cosas, tal como
sucede con la forma esférica del planeta que
viene a ser una superficie finita sin límites ni
bordes, toda línea recta que se prolonga al
infinito termina siendo una curva que al final
resulta en círculo.
Hablamos entonces de un espacio curvado
por efectos de la materia y la energía que
contiene, el cual conforma con el tiempo un
mismo continúo en la trama de un universo
finito, ¿uno entre tantos? Y siendo uno
mismo el continuo, ¿Por qué entonces tal
como resultaría del completar un ciclo de
recorrido en círculo en el espacio, no se
podría retornar al punto de partida de un
evento, pero en el tiempo?
Se trata de una posibilidad inconcebible que
solo tendría cabida en el espacio imaginario
de los físicos, para la cual han pensado en el
horizonte de sucesos, como el momento
propicio o el lugar inaprehensible, o “no
lugar” donde cualquier cosa puede ocurrir
para afectar la continuidad del tramado espa-
cio-tiempo. El horizonte de sucesos como
fenómeno astrofísico, vendría entonces a ser
un evento impredecible el cual, de acuerdo
los teoremas que se atribuye Hawking
(1994), formulados conjuntamente con
Penrose en 1970, resulta ser la consecuencia
del hecho de que el espacio-tiempo se curve
sobre sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado de rectas y curvas
devenidas en representación lineal, que solo
es eso, una representación. No obstante la
noción de tiempo que como ya se dijo,
también es una representación, aunque no
necesariamente lineal, tampoco es rígido,
dado que en teoría el continuo temporoespa-
cial puede contraerse, expandirse y desdo-
blarse en múltiples dimensiones o universos
paralelos, que bien pudieran ser similares
pero con eventos históricos diferentes, total-
mente distintos, o bien, idénticos al nuestro.
Entre todas esas opciones me interesa aquí
hurgar en la posibilidad de la existencia de
un universo paralelo idéntico al nuestro, en
tanto allí subyace la posibilidad de viajar
hacia atrás en la flecha del tiempo, con una
intención expresa, intervenir el pasado para
modificar el presente.
Se podría decir que esta pretensión que
excita la imaginación en la cultura del siglo
XXI, se puso de moda con el éxito alcanzado
en el cine por el género ciencia ficción, y no
es así, en tanto se trata de una posibilidad
que ha estado presente en el imaginario de
las civilizaciones que nos anteceden. Total-
mente admisible para la mente humana, que
por siglos han contemplado la aventura del
viaje astral para intervenir el pasado, o bien
adelantando la flecha del tiempo, con la
expresa intención de conocer el futuro para
luego regresar al presente, más que para
echar el cuento, para contrarrestar su carga
de incertidumbre.
Un antecedente milenario de esta cara aspi-
ración, lo constituye la Epopeya de Gilga-
mesh, documento mesopotámico escrito
según D'Agostino (2007), en Acadio cunei-
forme, datado entre los años 1300 y 1000
AC, cuya compilación atribuida al escriba
Sin-Liqe-Unninni, constituye un hallazgo de
alto valor arqueológico tanto para la historia
como para la literatura universal.
Su mención en este ensayo no tendría la
misma relevancia, a no ser por el hecho de
que en esa épica se detecta por primera vez
en la historia, la narración de un viaje reali-
zado por el personaje –Gilgamesh- a través
de las barreras del tiempo y el espacio, en
busca de la inmortalidad. El viaje en el
tiempo viene a ser por lo tanto una de las
más antiguas fantasías de la humanidad, hoy
convertida en posibilidad remota pero posi-
ble, gracias al vuelo concedido al pensa-
miento por la Mecánica Cuántica.
Volviendo al asunto disciplinar ¿Será la
historia una ciencia lo suficientemente abier-
ta a los cambios, como para librarse de los
amarres de la linealidad del tiempo, así
como de la irreversibilidad que los historia-
dores le atribuyen a los eventos? La interro-
gante viene al caso, si se analizan los proce-
sos “legitimados” de evolución y revolución
que han experimentado otros campos del
conocimiento, especialmente las llamadas
ciencias duras y muy particularmente la
Física, sin embargo en el campo de la histo-
ria, o valga decir en sus nichos académicos,
la premisa fundamental se mantiene incólu-
me, la circunscripción al pasado.
En justicia no puede negarse la aparición de
importantes cambios que se han producido
en cuanto a la diversificación del objeto del
conocimiento en esta disciplina, que si bien
continúa enfocándose en los grandes perso-
najes, en las constantes históricas, en los
periodos, en los ciclos etc.; también se
permite centrarse en los sucesos y las perso-
nas comunes y corrientes. De hecho se
puede hacer historia general, historia local,
historia de vida; se aborda un hecho conside-
rado importante, pero también se puede
hacer historia de la cotidianidad, lo cual
constituye un significativo avance, si se
contrasta con lo que hasta hace poco fue el
objeto del conocimiento primordial en la
historiografía tradicional.
Desde el punto de vista metodológico
también hay amplitud, se permite ir del
determinismo al voluntarismo. Se viene de
un proceso de apertura en cuanto al delicado
asunto de la legitimidad de las fuentes. La
historia oral por ejemplo ha logrado final-
mente escalar posiciones de respeto frente a
la hegemonía de la historia documental, y
aunque los prejuicios y los fetiches metodo-
lógicos todavía son endémicos; son muchas
las barreras hermenéuticas traspasadas en
harás de perfeccionar los métodos de inves-
tigación.
Sin embargo, existe una condición inamovi
ble que aplica para todas las escuelas histo-
riográficas, presente en la misma génesis de
la ciencia, desde Tucidides en la Grecia
clásica, pasando por el escepticismo meto-
dológico de Von Ranke y el pragmatismo de
Max Weber. Y lo es que, en todas las corrien-
tes, aun en las concepciones de avanzada de
Lucien Fevre y March Bloch, se mantienen
las nociones pre einstenianas del tiempo,
siendo el pasado la única dimensión a consi-
derar, lo cual a mi modo de ver, constituye
una especie de cepo ontológico que impide
pensar más allá de la disciplina.
El tiempo de los historiadores
Un acercamiento a la comprensión de esta
limitación remite a una premisa fundamen-
tal. El tiempo de la historia, es según Marc
Bloch (1996:52) “el plasma mismo donde
están sumergidos los fenómenos y es como
el lugar de su inteligibilidad”. No es como
en física, el de los eventos naturales, ni se
ocupa la historia del estudio de cualquier
acontecimiento solo porque hubiera ocurri-
do en el pasado, pues su objeto del conoci-
miento son las sociedades humanas.
La historia si bien se circunscribe al pasado,
es ciencia de los hombres en el tiempo y en
los espacios geográficos, el que le toca vivir
como especie, el de la cultura, la organiza-
ción social y el desarrollo económico. El
tiempo histórico no obstante, ser representa-
do en perspectiva lineal aparentemente
simple, no deja de ser una representación
compleja, si se considera la lógica de sus
principios explicativos, entre ellos el globa-
lizador, el teleológico, el de causalidad y el
principio de cambio y continuidad, tal como
lo expone Betancourt (1993).
En torno a estos cuatro principios se edifica
a mi modo de ver la explicación histórica, no
obstante, como se trata de la secuencialidad
del tiempo, nos detendremos en los últimos
dos. Sobre la causalidad dice Bravo:
La causalidad es el instrumento mismo de
la certeza, por ella el mundo se hace
inteligible y posible de ser dominado.
Con el dominio de las redes causales el
hombre pudo separarse de la razón divina
y crear desde su propio centro, nuevas
estructuras de dominio. Poder y certeza
encuentran su primera manifestación en
la causalidad génesis primera de la inteli-
gibilidad y el sentido. Para Hume “todos
nuestros razonamientos acerca de cues-
tiones de hecho parecen fundarse en la
relación de causa y efecto” y para Donald
Davidson “La causa es el cemento del
universo, el concepto de causa es lo que
mantiene unida nuestra imagen del
universo”. (Bravo 1996:14)
La relación causa efecto, cuya importancia
es suficientemente ilustrada; inflada diría yo
por el autor de la cita. Vista de ese modo
pudiera ser cuestionada por su perfil deter-
minista, no obstante es definitivamente un
parámetro decisivo para el ordenamiento
secuencial de los eventos en el tiempo, en
tanto sirve de base para el despliegue del
cuarto y subsiguiente principio, el de cambio
y continuidad, a partir del cual se ordenan
los procesos sociales del pasado de acuerdo
a su permanencia, en periodos de corta,
mediana y larga duración.
Este principio permite dividir el tiempo en
segmentos construidos a partir del descubri-
miento o de la simple selección del suceso,
también orienta la develación de la red
causal desde su origen, así como el segui-
miento de la continuidad de sus efectos hasta
que estos se desdibujan de la línea cronoló-
gica. Allí comienza el cambio, justo en el
punto de fractura que indica el comienzo de
un nuevo periodo.
Se trata por supuesto de una representación
del proceso, organizada a discreción por el
historiador con el objeto de explicar con
alguna precisión algún evento. No obstante
desde la física, en cada punto de corte de esa
representación lineal, ya en su expresión
Diacrónica como Sincrónica, está presente
el umbral de la bifurcación y con elle una
encrucijada con potenciales accesos a múlti-
ples futuros alternos.
Metodológicamente hablando, la periodiza-
ción como síntesis explicativa de los princi-
pios de causalidad y de cambio y continui-
dad, reviste sustantiva importancia, en tanto
permite delimitar un lapso específico del
pasado para estudiarlo con mayor precisión.
En esa perspectiva, cada periodo será un
eslabón de la secuencia de muchos pasados
articulados que dan origen al presente. Visto
de ese modo, el pasado engendra al presente
y después desaparece, pero ¿solo llega hasta
allí su función causal?
Para Heidegger (1999), el pasado viene a ser
el presente que ya no lo es más. Un decreto
de muerte que pudiera resultar convincente
en Filosofía, pero no en Historia para la cual
el pasado pervive congelado en la memoria
de las fuentes, en las que podría esperar
milenios hasta ser develado, mucho menos
en Física donde el evento ocurrido no solo
queda gravado en el tramado del cosmos,
sino que prosigue en múltiples cursos de
desarrollo paralelo.
Ahora bien, si se compara con las magnitu-
des escalares y dimensionales que estudia la
física, el objeto de la Historia es modesto
pues se circunscribe al estudio del pasado, al
contrario de la física no necesita ser predicti-
va, pues se limita a explicar eventos ya
ocurridos, por ello ningún historiador se
preocupa por construir leyes sobre la base de
la observación de regularidades.
No obstante el conocimiento del pasado,
puede en algunos casos orientar la previsión
de algún desarrollo posterior de los aconteci-
mientos, y en este punto se centra nuestra
crítica. El que se trate del estudio del pasado
de la humanidad, por ahora y para todos los
efectos “irreversible”, no necesariamente
debería implicar la circunscripción obligato-
ria a la causalidad uni lineal, ni se debería
ignorar, dado que la historia es una ciencia
cuyo objeto del conocimiento es inseparable
del tiempo, una teoría que trastoca cualquier
aseveración que en adelante se formule en
relación a esa noción, como lo es el plantea-
miento de las bifurcaciones.
El punto de bifurcación
Las bifurcaciones según Prigogini y Stenger
(1994), constituyen el instante vital en el que
el curso del tiempo toma un rumbo definiti-
vo, una encrucijada con múltiples ramifica-
ciones, cada una de las cuales ofrece una
opción potencial de futuro, la que una vez
abierta definirá en adelante la cadena de
causalidad de los eventos. Para los efectos la
opción tomada será el detonante que deter-
mine el desenlace de los acontecimientos,
los que al igual que para los historiadores,
también para la mayoría de los físicos son
irreversibles.
En cada punto de bifurcación del pasado
de nuestro sistema surgió un flujo en el
cual existían muchos futuros. A través de
la iteración y amplificación del sistema,
se escogió un futuro y las demás posibili-
dades se esfumaron para siempre. Así
nuestros puntos de bifurcación constitu-
yen un mapa de la irreversibilidad del
tiempo. (Briggs y Peat 1990:49)
El compás de realidades alternas que se abre
a partir de este singularísimo evento, la
chispa detonante que en ciencias sociales
pudiera equiparase al concepto “la coyuntu-
ra”, no constituye un tema exclusivo de la
física cuántica, de hecho en Planificación
Estratégica, en salas de análisis situacional
por ejemplo, la practica predictiva de futuros
alternos a partir de una determinada coyun-
tura, se maneja asociada a la categoría “esce-
narios”, que suele numerarse en orden
probabilístico de ocurrencia en primero,
segundo, tercer, hasta el “N” escenario. No
obstante, en estricto sentido disciplinar, la
posibilidad de la existencia de cadenas alter-
nas de causalidad no es totalmente ajena a la
historiografía. En efecto, en alguna que otra
reconstrucción del pasado está implícito el
espectro de las bifurcaciones desde el
momento en que el autor, más allá de conse-
guir descifrar la cadena causal del evento, se
aventura en la formulación de conjeturas en
torno al por que no sucedieron tales o cuales
situaciones que pudieron haber ocurrido, o
del ¿cómo hubieran sido las cosas, si se
hubiera dado tal o cual circunstancia? Y aún
más, Fontana (1976) cita la existencia de un
enfoque historiográfico que cuestionando la
superficialidad de la perspectiva unilineal,
profundiza en el análisis de las rutas alternas
del curso de la historia, se trata de la historia
constelada de Walter Benmjamin, (1892−
1940), notable filósofo de la Escuela de
Frankfort.
Y habría que suponer que para entonces, a
mediados del siglo pasado, igual que ahora
no faltaría quien desde el pudor disciplinar
exigiera atenerse a los hechos, tras el argu-
mento de que un evento histórico únicamen-
te puede interpretarse si y solo si ya ocurrió,
de modo que las hipótesis tejidas en torno a
lo que pudiera haber sucedido, no pasarían
de ser vulgares especulaciones, o elucubra-
ciones folclóricas dignas de magos y adivi-
nos. Como ejemplo tómese nota de esta
afirmación de Pages, citada por Valera:
… el historiador sólo puede interpretar la
necesidad de un hecho histórico en la
medida en que ya haya sucedido, pues
todas las hipótesis que barajase sobre lo
que hubiese podido conocer si se hubiese
actuado de otra manera constituyen, en el
mejor de los casos, meras especulaciones.
(Valera 2001:5)
Volviendo al asunto de la irreversibilidad del
tiempo. Si se le analiza con detenimiento, el
rotundo escepticismo con el cual se le consi-
dera está anclado en un sólido asidero, dado
que la posibilidad de encontrar aplicaciones
prácticas a la teoría de los Universos Parale-
los, que pudieran transferirse desde la Física
a la Historia, pasa por la solución de dos
problemas; uno de orden empírico y otro de
orden teórico.
El problema empírico tiene que ver con la
tecnología en tanto todavía no se vislumbra
la posibilidad de construir dispositivos que
permitan acometer semejante reto, me refie-
ro al viaje en el tiempo. En cuanto a lo teóri-
co, por el lado de la física, el problema está
en la limitación que impone el concepto de
irreversibilidad, por el lado de la historia, su
inamovible radicación en una única dimen-
sión temporal, dado que desde siempre la
historia ha sido y lo seguirá siendo hasta
nuevo aviso, el estudio del pasado.
La posibilidad de viajar en el tiempo es tan
remota, que aun en el campo, “abierto a
cualquier idea”, de la física, ha sido capaz de
granjearse prestigiosos detractores, Haw-
king (1994:106), por ejemplo, afirma que:
“la prueba mejor con que contamos acerca
de la imposibilidad actual y perenne del
viaje por el tiempo es que no hemos sido
invadidos por hordas de turistas del futuro”.
Un argumento imbatible con el que casi
todos podemos estar de acuerdo. Sin embar-
go la reversibilidad del tiempo, aunque
infinitamente improbable, es para autores
como Ilya Prigogini, una posibilidad cierta,
argumentando que en la naturaleza nada esta
negado y no todas las leyes de la física se
han descubierto, empero la magnitud del
impedimento es enorme si se considera que
el punto de partida es en sí mismo una nega-
ción, la de concebir el tiempo de otro modo
dentro o fuera de la racionalidad científica,
por cuanto justamente la noción limitada que
en torno a él se ha construido es el obstáculo,
un impedimento que por estar basado en una
imposibilidad, la de pensar, pudiera ubicarse
en la categoría del obstáculo epistemológi-
co.
El Obstáculo Epistemológico se hace sentir,
cuando el intento de encausar la verosimili-
tud de una teoría se atasca en una situación
que podría llamarse de “juego trancado”,
dada la dificultad que por ahora tienen los
físicos en demostrar la posibilidad de rever-
tir el tiempo, con el agravante de que para la
ciencia de la historia se trata de una premisa
negada, en tanto no forma parte del interés
de quienes se limitan a trabajar con hechos
ya ocurridos, desde la plena certeza de que
estos no pueden modificarse.
Del obstáculo de la naturaleza, a la natu-
raleza del obstáculo
Se le atribuye al filósofo y ensayista Francés
Gastón Bachelard (1884-1962), la mención
inicial de una concepción que estima que la
ciencia progresa en la medida en que supera
los obstáculos epistemológicos que dificul-
tan su avance, al considerar que en el proce-
so de producción del conocimiento, se
conoce “en contra del conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiridos
o superando aquello que, en el espíritu
mismo, obstaculiza la espiritualización”.
Por ello Bachelard (2004:42), define como
Obstáculos Epistemológicos, a todos aque-
llos entorpecimientos y confusiones que se
experimentan durante el acto de conocer, y
en ese sentido expresa que:
Hay que plantear el problema del conoci-
miento científico en términos de obstácu-
lo, que no son obstáculos externos, pues
es en el acto mismo de conocer, íntima-
mente, donde aparecen, por una especie
de necesidad funcional, los entorpeci-
mientos y las confusiones... causas de
estancamiento y hasta de retroceso,
causas de inercia que llamaremos obstá-
culos epistemológicos. Es necesario
romper estas barreras para poder conocer
en contra de un conocimiento anterior,
destruyendo conocimientos mal adquiri-
dos o superando aquello que, en el espíri-
tu mismo, obstaculiza a la espiritualiza-
ción. (Bachelard 2004:26)
En este caso, la barrera viene a ser nuestra
noción del tiempo, que hoy por hoy repre-
senta un obstáculo equiparable al que para la
navegación llegó a representar hasta un
pasado reciente, cuando no se disponía de la
tecnología que en la actualidad nos asiste, la
idea de la inconmensurabilidad del mar. Por
ello, en los albores del siglo XIX, la colosal
extensión del mar como barrera natural,
dificultaba la aceptación de una teoría que
surgida como alternativa a la del puente de
Bering, atribuía el poblamiento americano a
una corriente migratoria multirracial,
integrada por pueblos de origen australiano,
malayos, melanesios y polinésicos, que a lo
largo de un periodo de 14.000 años cruzaron
en balsas el océano pacífico para asentarse
en las costas de América del sur. En efecto,
la fragilidad de las embarcaciones, la inesta-
bilidad atmosférica durante la travesía, la
inexistencia de instrumentos de navegación
y por encima de todo, la enorme distancia
expresada en los miles de kilómetros que
separan cualquier isla del Triángulo Poliné-
sico con respecto a las costas chilenas y
peruanas, se constituyeron en elementos
suficientes para negar posibilidades a esta
teoría; contrastada desde la perspectiva del
mar como obstáculo.
Fue solo cuando empezó a considerarse la
perspectiva del mar como ruta, que los cono-
cimientos aportados por la meteorología y la
hidrodinámica aplicados a la hipótesis de la
contribución del viento y las corrientes mari-
nas para dar rumbo y propulsión a las balsas,
sumado a esto los aportes de la Arqueología
y la Biología molecular en cuanto al hallaz-
go de vocablos, utensilios similares y coinci-
dencias fenotípicas entre los pueblos a
ambos extremos del océano y sobre todo,
cuando empezó a considerarse como varia-
ble, la persistente tenacidad del hombre, que
la hipótesis migratoria del pacifico se legiti-
mó hasta ser considerada parte de la gran
teoría general del poblamiento múltiple de
América ,cuyo máximo exponente es el
etnólogo francés Paul Rivet (1979).
Como se ve, el asunto de la superación de
obstáculos epistemológicos es una cuestión
de perspectiva, que pasa por el manejo de un
pensamiento complejo abierto a todas las
posibilidades y por lo tanto, capaz de sortear
los límites que imponen las disciplinas.
La barrera tecnológica
El problema empírico como impedimento a
la legitimación de esta teoría ciertamente
radica, en las limitaciones tecnológicas. La
máquina del tiempo que en las películas nos
soluciona el problema taladrando a discre-
ción agujeros de gusano en la trama del
continuo, tal cual lo haría el Delorean, está
muy lejos de construirse.
Ni que hablar de la posibilidad de ralentizar
el tiempo a bordo de un vehículo capaz de
desplazarse a una velocidad igual o cercana
a la de la luz, una proeza imposible en tanto
viola las leyes de la física. No obstante la
historia de la sinergia entre ciencia y tecno-
logía, desde sus inicios indica que la clave
de apertura al campo infinito de las posibili-
dades está en el vuelo ilimitado de la imagi-
nación, un vuelo que por ahora solo tiene en
el cálculo físico matemático una escala de
supervivencia en la frontera que separa lo
posible de lo imposible, tal como hace mile-
nios lo seria para los navegantes Polinesios
la Isla de Pascua en medio de la nada.
También indica la historia, que la comple-
mentariedad de esta relación hace que la
ciencia genere tecnología, y por su vez la
tecnología ratifique y actualice las teorías
científicas. En ocasiones la claridad teórica
induce la construcción del dispositivo tecno-
lógico, por ejemplo, el conocimiento del
patrón orbital del átomo condujo al desarro-
llo de la energía nuclear, o el de la fisiología
del aparato renal condujo a la construcción
de la máquina de diálisis, y en sentido
contrario, la tecnología de procedencia
empírica, es decir la que viene con la expe-
riencia, vía ensayo y error, confirma y actua-
liza a veces sin intención las premisas de una
teoría, por ello la invención de la Brújula y el
Sextante, así como las mejoras sustantivas
en las construcciones navales, determinaron
la confirmación de las hipótesis de Aristóte-
les en cuanto a la redondez de la tierra, y
consecuencialmente condujeron al descubri-
miento “por parte de los europeos” de un
nuevo continente en el siglo XIV.
Volviendo al problema, la dificultad que
entraña la noción que tenemos del tiempo se
crece en la medida en que su transcurrir
condiciona la percepción de la secuencia y la
velocidad de los procesos en el intento de
medirlos de acuerdo a su duración. De hecho
la percepción de la extensión de los perio-
dos, está a su vez condicionada por la ubica-
ción del sujeto cognoscente en la línea del
tiempo, por ello vistos del presente al pasado
los procesos nos parecen cortos. En cambio
cuando se trata de vislumbrar las proyeccio-
nes futuras de un proceso desde el presente,
el peso de la incertidumbre y la carga subje-
tiva hacen que los periodos parezcan largos.
Sin embargo la historia guarda en el viejo
adagio presentista, “lo que ayer parecía
imposible hoy es realidad”, la más esperan-
zadora de todas las premisas.
No en vano la ambición milenaria del
hombre por imitar el vuelo de los pájaros,
anhelo plasmado a la posteridad en la fábula
griega de Ícaro, se vio por fin satisfecha en
1903 cuando los hermanos Wright hicieron
volar el primer avión, y desde de allí no se
hizo esperar el gran salto tecnológico que
para la humanidad significo el desembarco
del hombre en la luna en 1969. Todo es cues-
tión de tiempo.
Solo que aquí el tiempo es el problema, su
condición irreversible el obstáculo. Un
obstáculo cuya superación, considerada en
perspectiva del presente al futuro parece
imposible. No obstante tal como ocurrió con
las teorías de Ptolomeo y Copérnico es solo
“cuestión de tiempo” para que tengamos la
tecnología, la misma que con su avance
potencia la comprensión de lo desconocido,
porque la ciencia funciona así, forzando
barreras.
De hecho, medidos hoy en la era de los
drones, desde el avión de los hermanos
Wright al alunizaje solo transcurrieron 63
años. Se estima que en los próximos 50 años
plantaremos nuestra huella en Marte, y todo
parece indicar que estamos al borde de un
gigantesco salto tecnológico basado en el
descubrimiento de fuentes poderosísimas
inagotables y maleables de energía, como lo
son el aprovechamiento absoluto de las
potencialidades del hidrogeno y el descifra-
miento del patrón estructural de la antimate-
ria.
Finalmente y haciendo uso de la claridad
que otorga la percepción de una realidad
compleja, me ubico en el criterio de que esta,
pese a ser una sola tiene múltiples niveles,
todos con objetos del conocimiento tan espe-
cíficos que ameritan ser focalizados por
miradas especializadas, cuya profundidad
pudiera incrementarse exponencialmente
con la complementación de otras miradas
disciplinares en la interdisciplinaridad, y
más allá con la superación de barreras disci-
plinares desde la transdisciplinariedad.
En cuanto a la relación que en este artículo
se ha querido forzar entre dos ciencias que
ciertamente no son afines, pero que coinci-
den en la primacía que ambas le otorgan al
tiempo, puede decirse que como ciencias se
constituyen en los más refinados instrumen-
tos de interpretación de la realidad, los
cuales de manera explícita en la física e
implícita para la historia, fundamentan sus
explicaciones en la captación de regularida-
des, y al igual que todas las otras ciencias,
más allá del carácter explicativo, en ambas
se perfila una pretensión predictiva que tiene
por objeto el control de los eventos.
Una intención manifiesta que abiertamente
inspira el discurso de los físicos, que sin
embargo intenta pasar desapercibida en el
discurso historiográfico que con uñas de
cristal se aferra al pasado, en un intento frus-
trado, porque en él se cuelan posiciones muy
bien argumentadas que dejan ver que la luz
que alumbra la salida dentro túnel del
tiempo proviene del futuro, entre ellas
tómese nota de ésta publicación de Vargas
(1999), cuyo título se explica por si solo: La
historia como futuro, o afirmaciones de este
tenor, expresadas en la siguiente cita:
La historia es una ciencia que sin sacrifi-
car la rigurosidad de la aplicación del
método científico para la investigación,
tiene ontológicamente la necesidad de
contribuir al desarrollo y a la felicidad de
los hombres en sociedad y en este sentido
la historia es la ciencia del tiempo:
pasado, presente y también futuro. Es
decir que su razón de ser la encontramos
no en el conocimiento erudito, si no en la
aplicación del conocimiento histórico del
pasado y del presente en el presente
mismo, para incidir intencionalmente en
el devenir de los pueblos. (Paez 2002:21)
Como se ve, no solo se trata de que la huella
hacia el futuro o al pasado según sea el caso,
se presente inseparable de las otras dos esta-
ciones de la representación del tiempo, si no
de la posibilidad de controlar los eventos
haciendo uso del poder que pudiera otorgar
el conocimiento anticipado del curso que
pudieran tomar los acontecimientos, desde
el punto singularísimo de la bifurcación.
Una posibilidad que pese a ser remota
demanda para su viabilidad del concurso de
mentalidades abiertas que faciliten “el salto
a la complejidad”, una condición que (Morin
1994:19) describe como “el tejido de even-
tos desordenados e inextricables que consti-
tuyen nuestro universo fenoménico”, solo
que el desorden es algo que de entrada resul-
ta incómodo para los historiadores, quienes
por el contrario dedican sus mejores esfuer-
zos a ordenar los eventos en prolijas líneas
causales, a quienes además les corresponde-
ría deslindarse del prejuicio levantado
durante el siglo pasado en las ciencias socia-
les como conjuro contra el positivismo, que
ordenaba no intentar parecerse y mucho
menos utilizar métodos propios de las cien-
cias naturales.
Una sugerencia inútil, si se considera que el
escepticismo positivista dejo para siempre
su aporte benefactor como referente funda-
mental en cuanto a la diferenciación del
conocimiento científico con respecto a otros
tipos de conocimientos, pero más allá de
eso, y pese a que como modelo normativo se
conserve cual fetiche en algunas comunida-
des científicas, este ya no es capaz de impo-
ner regla alguna a la producción de conoci-
mientos, por lo que de lo que se trata ahora
es de superar los obstáculos que entorpecen
el desarrollo de la ciencia en general y de la
Historia en particular, en cuyo ámbito la
preocupación por el predominio de tenden-
cias ortodoxas demarcadoras de impermea-
bles fronteras disciplinares, no es un asunto
nuevo que pueda ser cuestionado hoy desde
el pensamiento complejo.
De hecho se trata de una problemática
prevista en su época por March Bloch
(1886-1944), al percibir el secuestro de
teorías y métodos por parte de quienes se
hubieran erigido cual sumos sacerdotes en
defensa del oficio. De allí la siguiente cita,
inspirada en un pasaje de la mitología griega
en el que una deidad advierte a su aprendiz
contra las tentaciones del cambio.
"…este tema o esta manera de tratarlo",
dice el guardián de los dioses términos,
"es lo que probablemente puede seducir.
Pero ten cuidado, ¡oh efebo!: eso no es
historia". ¿Acaso somos una juraduría de
los tiempos antiguos para codificar las
tareas permitidas a las gentes de oficio y,
una vez cerrada la lista, reservar el ejerci-
cio a nuestros maestros con patente? Los
físicos y los químicos son más sabios;
hasta donde yo sé, jamás se les ha visto
pelear por los derechos respectivos de la
física, de la química, de la química-física
o —suponiendo que este término exista—
de la física-química. (Bloch 1996:54)
No es casual que el autor al criticar la acción
retrógrada de las cofradías en el seno de la
CONCLUSIONES
Aun cuando en estas líneas se ha reiterado la
necesidad de ampliar la estructura teórica y
por consiguiente los métodos de investiga-
ción a través de la práctica interdiscplinar y
transdisciplinar, de ningún modo se ha
querido sugerir aquí el abandono o el despla-
zamiento del objeto del conocimiento de la
Historia, pues si esta deja de ser el estudio
del pasado, dejaría de ser Historia para ser
cualquier otra cosa. Una cuestión axiomática
que encuentra algún nivel de comprensión
entre los cosmólogos, por ello me permito
concluir estas reflexiones citando de nuevo a
Hawking (1994:106) quien refiriéndose a la
posibilidad tantas veces tratada en este
trabajo, se permite a bromear, aludiendo las
conocidas actitudes de defensa del oficio
que suelen esgrimir algunas cofradías histo-
riográficas, con esta afirmación: “parece que
las leyes de la física no permiten semejante
viaje por el tiempo. Quizá exista un Instituto
de Protección de la Cronología que, impi-
diendo ir al pasado, garantiza la seguridad de
los historiadores”.
En todo caso, con este artículo solo se ha
pretendido tender un cable de comunicación
con la intención de forzar alguna brecha en
la sólida barrera disciplinar que circunscribe
a esta ciencia al estudio del pasado, mostran-
do a la vez el amplísimo espectro de posibili-
dades que para el oficio de historiador y muy
especialmente para la enseñanza de esa
disciplina, significaría la simple actualiza-
ción de la noción cronológica, sumada al
extraordinario impulso holístico que como
teoría explicativa de las redes de causalidad
en sus potenciales aplicaciones didácticas,
implicaría la consideración epistémica de las
bifurcaciones como principio constructivo
que entrelaza la trama del tiempo histórico.
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