REVISTA CHAKIÑAN, 2017, Nº.2, JUNIO, (23-34)
ISSN 2550-6722
universo narrativo que a veces es apenas una
grotesca mueca de pérdidas y extravíos, en
un destino que se va haciendo con los
mismos materiales con los que actúa el azar.
Esa es la única fe a la que se apuesta en el
tejido narrativo. Valga como ejemplo de
estas consideraciones la recopilación de los
siguientes fragmentos:
…no veo la hora de estar a solas con una
máquina tragaperras (como si fuera una
amante), acariciarla, seducirla, oírla
cantar, hundirle monedas como balas,
despojarla, humillarla, violarla… (Peri
Rossi 1992:16)
«Vamos», le digo a la luminosa tragape-
rras del bar. Tú y yo nos conocemos,
pequeña. Tienes un programa, es decir, un
secreto. Yo voy a descubrirlo. Podré más
que tú. Canta, canta, princesa. Suelta tu
cascada de monedas, tu chorro dorado. Sé
una buena chica, de orgasmos encadena-
dos. Las mujeres son más generosas que
los hombres: alimentan, paren, protegen,
consuelan. Los hombres no somos muy
generosos. Damos un poco de semen
nada más… Pero a mí no me está permiti-
do forzarte, pequeña. No puedo romperte,
para que me des. Tengo que respetar las
reglas del juego. No puedo violarte. Debo
calentarte primero, echando unas mone-
das, como caricias preliminares. Como el
cliente a las prostitutas. (Peri Rossi
1992:24)
Lo psicoanalítico es, si se quiere, el vector
cardinal que cohesiona, organiza o “explica”
el universo textual. Jorge no solo va a terapia
con una psicoanalista que permanentemente
interpela su conciencia y lo conecta con la
realidad en una suerte de remanso, de tran-
quilidad para soportar el peso de las presio-
nes circundantes; sino que además, ilustra
cómo el deseo insaciable se constituye en
génesis de la obsesión/adicción (entendida
además como una especie de autoexilio).
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Este marco teórico-reflexivo (por cierto,
ampliamente abordado por teóricos, críticos
e investigadores de la obra de Peri Rosssi),
nos permite dilucidar cómo en La nave de
los locos, el tema del exilio además de ser el
hilo conductor del discurso narrativo, es el
hilo conductor del discurso simbólico. Con
él, se interpela permanentemente la concien-
cia que ya no es solo el aliento creador,
sostenedor del universo creado; sino que
ahora adquiere las dimensiones de crítica y
reacción para mostrar “la vida emocional
inestable” del inmigrante, el sentimiento
ante el “monstruo de las dictaduras” y la
ironía con la cual el dolor es transmutado en
sarcasmo y cruel humor negro. De esta
forma, La nave de los locos emprende un
viaje por diversas categorías, símbolos,
lugares de lectura, discursos, escrituras,
textualidades e imágenes; en fin, un despla-
zamiento dentro de otro que, en infinita
recurrencia, va tejiendo la idea de un exilio,
la cual se va desplazando desde una perspec-
tiva de marginación y exclusión hacia una
noción de liberación y determinación (Cid
2012:86).
2. El juego y otros azares en La última
noche de Dostoievski
En “La última noche de Dostoievski”,
predominan un conjunto de aspectos que
hacen de la obra un universo complejo en
que el azar instaura, paradójicamente, las
únicas certezas válidas de un tejido narrativo
que a veces es juego y otras es inconsciente,
que a veces es Jorge y otras tantas es el inter-
texto Dostoievski.
En esta suerte de tejido textual, resulta
interesante detenerse en cuatro aspectos que
recrean una aparente y “normal” historia que
esconde en las veredas y atajos de su subtex-
to, una cotidianidad narrada que es a un
mismo impulso, deseo, obsesión, frustración
y pérdida, mostrando así una otra cara de lo
que somos, una otra mirada de lo que senti-
mos… El juego inviste de otra moral, del
secreto, de lo pecaminoso, prohibido y
penoso. No solo por la máscara de una
conciencia adictiva que se esfuerza en ocul-
tar, sino porque con el juego, con el azar
-para precisar la atmósfera- Jorge pretende,
extraordinariamente, “matar a Dios”.
El triunfo del azar además de representar la
caída de toda posibilidad de certeza, actúa
como una sensación sublime de controlar el
destino (esto ilustra el ideal de incertidum-
bre, ícono fundamental de la postmoderni-
dad), y así, hombre y juego recrean una
metáfora en donde un pequeño Dios controla
las reglas que rigen el universo de la máqui-
na, de las cartas, de los dados…, más que el
dinero, importa con el azar, vencer al desti-
no. Sentencia Peri Rossi -desde la voz de
Jorge, con un aire de justificación y reivindi-
cación, “todos somos adictos”, es el mismo
espíritu que devela la universalidad de la
condición humana, ésa en la cual también es
evidente que todos seamos exiliados. La voz
de Jorge nos resulta esclarecedora y permite
advertir, en la propia acción narrativa, estas
ideas:
Nada que ver con el verdadero jugador,
un solitario que detesta la compañía, las
aglomeraciones, y que necesita toda su
concentración para enfrentarse al azar…
(Peri Rossi 1992:9)
Lo que busco, Carlos, es muy sencillo de
decir: ganar una y otra vez, saltar la
banca, destruir la mecánica normal de los
hechos. Tú sólo quieres matar el aburri-
miento: yo quiero matar a Dios… (Peri
Rossi 992:15)
Verdaderamente, soy un tipo adictivo.
Tengo adicción al juego, al cigarrillo, a
las mujeres, a la lectura del periódico, a la
ducha, y a la vida: detesto la certeza de ser
mortal. Pero los otros -los que no juegan-
tienen, también, sus adicciones. Son
adictos al trabajo, al dinero, al fútbol, al
alcohol, a los medicamentos, a las
hierbas, a la actualidad, o a la moda. Hay
adictos a la religión, y otros, a la política.
Por lo menos, las mías, son adicciones
lúdicas, y no hacen daño a nadie, salvo a
mí mismo. (Peri Rossi 1992:95)
El segundo aspecto, más que una intertex-
tualidad, es la búsqueda de la identidad. De
esta forma, la identidad perdida y fragmen-
tada por la adicción, se retoma en las perma-
nentes alusiones a Dostoievski. Así, la figura
del escritor actúa como espejo, referente,
justificación. El relato se narra a dos viven-
cias, las cuales están entrecruzadas por la
obsesión y el vicio. El referente externo es
utilizado para ir tejiendo la propia vida en un
espejeo de desdoblamientos recurrentes. Se
recobra, en fin, la condición interna, a partir
de una otra imagen que, aunque ilustra las
mismas miserias, no deja de ser excepcional
y heroica. Lucía y Jorge, en un diálogo
psicoanalítico junto a las propias reflexiones
del protagonista, develan lo siguiente:
Su problema con el juego tampoco es
muy original -responde Lucía-. Usted se
remite a Dostoievski, muy a menudo,
aunque posiblemente podría citar al sastre
de la esquina o a la viuda del militar, que
padecen la misma adicción. -El deseo de
jugar no se acaba nunca -le confieso a
Lucía… De modo que usted ha encontra-
do la fuente del deseo inagotable -comen-
ta irónicamente Lucía-. El único límite es
el cansancio, la hora de cierre o la falta de
dinero, ¿no?... (Peri Rossi 1992:25)
Sin embargo, como a Dostoievski,
cuando pierdo mucho dinero me atormen-
tan los remordimientos. No sólo con
relación a los mendigos, a los margina-
dos, a los pobres y a los enfermos, sino
con relación a mí mismo. Como el gran
escritor ruso, no poseo fortuna propia, ni
posibilidades de heredarla, ni de obtener-
la por esos secretos mecanismos especu-
ladores tan de moda en nuestros días…
(Peri Rossi 1992:33-34)
Pensé en Dostoievski. Mientras por las
noches jugaba, como un poseso, como un
endemoniado (¿hay otra manera de
jugar?) y a la mañana sufría violentos
accesos de arrepentimiento, Dostoievski
escribía las dramáticas páginas de El
Idiota. Dos actividades intensas, obsesi-
vas, absolutas: jugar y escribir. Lanzado a
los verdes tapetes de la ruleta, donde
perdía, ganaba y volvía a perder, envuelto
en el torbellino de los sueños imposibles
(nadie puede ganar realmente lo que
desea ganar), Dostoievski jugaba hasta
que el casino cerraba, y luego, sin
cambiar de pulsión, sin necesidad de
descansar, se dedicaba a escribir el libro
más piadoso del mundo. (Peri Rossi
1992:45)
Se evidencia además en toda la trama narra-
tiva, un deseo que adquiere las dimensiones
de erotismo, de esta forma a la máquina “hay
que calentarla” como a las mujeres, “Clau-
dia me creía mujeriego, no jugador”; o, “una
sala de juego tiene más disponibilidad que
una mujer: siempre la encontrará abierta”.
La ironía, en este estatuto, asume una confi-
guración metaliteraria que se materializa “en
el arte de los finales – como- el arte de la
seducción”.
La imagen erótica vestida de deseo se reafir-
ma en eso de “los hombres solemos hablar
con nuestro sexo”. El coito ya no es el resul-
tado de un frenético impulso de pasión
sexual, ahora es el ímpetu desbordado por
unas interminables ganas de jugar. Marta,
Claudia, Magda, Lucía y hasta Michel son
sucesiones e idealizaciones de fugaces amo-
ríos, instancias que movilizan en Jorge un
escape, una huída hacia otra manifestación
del deseo que se trasciende de la posesión de
un cuerpo, a la posesión de la máquina, del
sexo al juego, del semen a las monedas.
Desear y jugar, copular y amar, obsesión y
posesión son escenarios que se imbrican y
en el cruce se diluyen, estremeciendo al
Esta exploración al mundo psicológico
desemboca en un interés existencialista que
Peri Rossi (profundizando en la obsesión del
hombre), recrea, penetrando hondamente en
las dimensiones interiores de un personaje
que por el vértigo de los sentidos, trasgrede
los límites y se asume a sí mismo como
adicto. Ilusión, sueño, imagen y recuerdos
son píldoras consumidas por Jorge a través
de un deseo que desconfigura su identidad,
haciéndole ser (y ver) como un exiliado,
marginado o desprendido de todo vestigio de
pasado, de toda posibilidad de futuro. En ese
escudriñar los aspectos más escondidos de la
conciencia de Jorge, encontramos que jugar,
amar y escribir sean sus pasiones intensas,
las cuales hacen estallar y estremecer su
mundo psicológico caracterizado por los
impulsos del goce desmedido: jugar, amar y
escribir dibujan, en suma, el deseo. Afirma
Olivera-Williams:
Obsesionado por el juego y el amor, el
narrador se irá autodescubriendo y
gracias a las sesiones con un psicoanalista
irá encauzando su deseo vital hacia la
escritura, una escritura como la de
Dostoievski y, por supuesto, la de Peri
Rossi, se vuelca hacia “Los sueños, el
delirio, las fantasías”, o sea, hacia el
interior del individuo. (Sánchez
2007:481-485)
Lo existencialista, por su parte, esconde una
carga ideológica y política que se funde con
el sentido de la vida, permitiendo a Jorge, o
a Peri Rossi, quizás expresar de manera
transfigurada, su posición ante un mundo
devastado “por las izquierdas carcomidas,
por las derechas obsesivas o por los capita-
lismos bestiales”. Así, desde una actitud
militante, son comunes las instancias narra-
tivas que, manejadas como tejido filosófico,
proyectan las ideas de un yo narrador: “El
servilismo importa más que la eficacia”, “A
los 40 años todo está permitido, porque todo
está perdido”, “Las frustraciones aceptadas
por cobardía o por falta de imaginación”.
La maquinaria psicoanalítica se enfoca en el
discurso y así, como un lente fotográfico,
podemos ver -entre otros- el funcionamiento
del complejo edípico en una relación con el
protagonista que hace ausente (y ambivalen-
te) el vínculo con el padre e ilustra un senti-
do casi posesivo hacia la madre. Hay un yo
fragmentado que odia (imperceptiblemente)
al padre por el abandono pero que lo idealiza
(inalcanzablemente) porque poseyó la belle-
za de Michel. Ese impulso de “pertenencia”
se activa ante cualquier amante que posea (o
intente poseer) a la madre. La ausencia del
padre, además, rompe posibilidades de iden-
tidad y “permite” la ruptura de la norma; por
ello la conducta desear, jugar, gozar no
tienen un referente paterno al cual poder
adjudicarle la representación simbólica de la
norma, del establecimiento de parámetros
conductuales.
De esta forma y siguiendo algunos aportes
de Freud, Jorge estaría dominado por el
“principio del placer”, es decir, por el Ello
(forma primitiva de energía libidinal), poste-
riormente va efectuando transiciones hacia
el Yo (se reconoce adicto) haciéndose cons-
ciente de su propia realidad y moderando/-
controlando su relación obsesiva y frenética
con el juego hasta llegar al Súper Yo,
mediante el cual se autocontrola, asume e
interioriza los límites del placer y, en su afán
de superar su conducta adictiva, se refugia
en la posibilidad de escribir, un proceso
superyoico conseguido en la construcción
lingüística que se teje en la dinámica psicoa-
nalítica (de la mano de Lucía) que actúa
como subtexto, suscitando la posibilidad
reconstructiva de ideales y proyectos perdi-
dos. Otro aspecto interesante que actúa en
esta obra como intertexto, sería el aporte de
Freud en torno al psicoanálisis aplicado que
le permitió estudiar la conducta del mismo
Dostoievski. En este aspecto, Guimón
afirma lo siguiente:
En “Dostoievski y el Parricidio” Freud
trata de la psicopatología de ese autor:
masoquismo, sentimientos de culpa,
ataques epileptoides y su ambivalencia
hacia su padre. Describió en él al artista,
al neurótico, al moralista y al pecador…
Interpretó la adicción al juego del autor
como una repetición de la compulsión a la
masturbación, condicionada por el temor
a su padre. (Guimón 1993:31)
Si Freud mostró cuatro facetas en el univer-
so inconsciente de Dostoievski, Peri Rossi
-en un evidente conocimiento de estas cons
trucciones- devela cómo Jorge se debate en
una dinámica que pone en tensión tales face-
tas en su propia constitución de ser, lo cual
evidencia (en Jorge y en Dostoievski) una
compleja personalidad ubicada en un espa-
cio limítrofe entre dualidades que desnudan
(en ambos) a un mismo impulso, un apasio-
nado escritor y un apasionado jugador.
CONCLUSIONES
La mirada hermenéutica realizada al arco
temático exilio-azar, deja al descubierto tres
escenarios propicios para la reflexión. En
primer lugar, el asunto de un exilio existen-
cial que implica necesariamente la presencia
de lo otro, que no solo se asume como lo
otro o lo distinto, sino que en un juego de
intimidades y espejos, se le da cabida
también al otro que me complementa, al otro
que me define, al otro que es mi igual.
En una entrevista que Peri Rossi concediera
a (San Román 1986:1042), la escritora
afirmaba: “… para mí el exilio ha sido una
reflexión obligada sobre lo otro, otro tiempo
y otro espacio… Empecé a vivir en lo otro, y
claro, lo otro te provoca desconfianza, tenés
que establecer además algunos puentes de
contacto”. Esta idea de “lo otro” vendría a
complementarse con esa comunión de “lo
igual” que confluye, en tanto condición
humana, dentro de la obra literaria, suscitan-
do así esa búsqueda de la otredad que resue-
na en cada obra de arte. Le expresaba Peri
Rossi a (Pérez 2005:187) que: “… el escritor
tiene muchos instrumentos para escribir –la
imaginación, la observación-, pero, sobre
todo, tiene uno, que es la empatía… Creo
que la literatura sirve para eso, para poner-
nos en el lugar del otro, tanto al que escribe
como al lector”. Al referirse a Peri Rossi,
Calafell considera que estamos en presencia
de:
…una autora que, a lo largo de su vasta
trayectoria, ha sabido crear un universo
-tanto poético como narrativo- donde
identidad y alteridad se confunden, y
donde lo personal deja de ser aquello que
afecta a un sujeto en singular para englo-
bar -y en muchos casos absorber- el sentir
de una colectividad cifrada en un noso-
tros impersonal pero reconocible. No en
vano, en una reciente conversación con la
escritora argentina Reina Roffé, la
uruguaya volvía sobre sus vivencias del
pasado y concluía: “El exilio ha sido la
experiencia más dolorosa de mi vida y
también la más enriquecedora. Con el
dolor podemos hacer dos cosas: conver-
tirlo en odio, en rencor, o elaborarlo,
sublimarlo y convertirlo en crecimiento,
poesía, literatura, fraternidad, solidaridad
con las víctimas. Éste fue mi camino”.
(Calafell 2009:129)
En segundo lugar, resulta oportuno exami-
nar el tratamiento de lo psicoanalítico no
sólo como tema dentro de los posibles
universos narrativos por los que transita la
pluma de Cristina Peri Rossi, sino como
posibilidad de incursión a esas dimensiones
psicológicas que a ratos parece una excur-
sión a la zona limítrofe y obscura que ha
puesto en tensión la acción de sus persona-
jes, pero que luego nos proyecta en intacta
nitidez la consciencia de un yo creador que
se explora, devela y manifiesta en la obra
literaria. En esta suerte, el texto pasaría a ser
una especie de diván en el cual se tiende
Jorge, Equis, Peri Rossi o quizá el mismo
lector a narrar sus particulares historias, sus
genuinas obsesiones y dudas, en fin, sus
inéditas peripecias para identificar las
formas cómo se desplazan esos fantasmas
interiores por los laberínticos intersticios
que separan y estrechan en un mismo aliento
a la literatura y a la vida. Esta reflexión
quedaría poéticamente retratada en interven-
ciones y discursos que ha expresado la
misma Peri Rossi:
He dicho en una entrevista que el psicoa-
nálisis y la literatura se parecen mucho…
El paciente habla... El paciente es un
narrador; el psicoanalista, un lector. En
este sentido, el terreno común me parece
obvio. Ambos utilizan el lenguaje, que es
una colección de signos… Diría entonces
que escritor es no sólo el que maneja bien
su instrumento, la lengua, sino el que
transfiere al papel sus emociones, proce-
sos psíquicos, que el lector reconoce y
con los que se identifica volviendo al
texto una cosa viva. (Peri Rossi
1991:187)
Esta referencia nos enlaza con el último
escenario reflexivo advertido en este docu-
mento y es precisamente, la relación que la
autora establece con el arte a través de un
ejercicio escritural que se convierte en
desnudez desde las palabras. De esta forma,
al sumergirnos en la obra y vivir el extravío
de Equis o la ansiedad de Jorge, nos vamos
topando con los desconciertos y las angus-
tias de la autora; pero hay más, vamos escu-
driñando una propuesta estética que
trasciende por los temas que aborda, las
relaciones que establece, las profundidades
existenciales que emergen en el texto y por
la profunda visión psicológica que deambula
en todo el periplo narrativo. Le decía Cristi-
na Peri Rossi a (Pérez-Sánchez 1995:63):
“La vida sin arte me parece invivible… la
vida es bastante intrascendente para la
mayoría de la gente. En el lugar donde
alcanza otra dimensión es en el arte. En
donde significa”. Si bien vida y arte se entre-
cruzan en su obra, ese vínculo solo es posi-
ble desde una íntima relación con el lengua-
je, tal como la misma Peri Rossi lo confesara
a (Pérez 2014:14): “… mi única casa es la
escritura… y también las palabras…, y las
palabras son los objetos amados, por supues-
to. Tengo una relación completamente
sensual con el lenguaje, como si fuera una
criatura viva.”
Alrededor de estas reflexiones y como valor
agregado, se puede señalar un último
elemento a considerar, y es, precisamente, el
empleo teórico y metodológico de la entre-
vista y los discursos dentro de la investiga-
ción literaria, no solo como una valiosa
fuente de información, obtenida de primera
mano, para aproximarnos al perfil estético y
a las búsquedas y propuestas literarias de los
escritores, sino como ars poética, una espe-
cie de manifiesto artístico que deja al descu-
bierto el cruce posible entre vida y literatura,
aporte valioso para configurar ese retrato
humano de los creadores que se reinventa en
la obra. De esta forma, la entrevista o las
intervenciones hechas por los escritores más
que una herramienta argumentativa dentro
de la crítica literaria, puede ser advertida y
examinada para idear nuevos lugares de
lectura, suscitar novedosas formas de apro-
ximarnos a la obra; o, generar múltiples
rutas para la apreciación y el estudio del
producto literario.