Número 14 / AGOSTO, 2021 (70-83)
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Número 14 / AGOSTO, 2021 (70-83)
Universidad Nacional de San Agustín de
Arequipa, Perú.
jhuancaar@unsa.edu.pe
ORCID:
https://orcid.org/0000-0002-7353-1166
Universidad Nacional del Altiplano,
Facultad de Educación, Departamento de
Ciencias Sociales, Puno, Pérú.
nepcer18@hotmail.com
ORCID:
https://orcid.org/0000-0003-1775-5090
Recibido:
(24/06/2020)
Aceptado:
(14/09/2020)
Jesús Wiliam Huanca-
Arohuanca
Nestor Pilco Contreras
ACCIONES REVOLUCIONARIAS EN
AMÉRICA LATINA: PUNO Y EL ALTO
PERÚ DURANTE EL PROCESO DE
INDEPENDENCIA
(1809 – 1825)
REVOLUTIONARY ACTIONS IN LATIN
AMERICA: PUNO AND ALTO PERU
DURING THE INDEPENDENCE PROCESS
(1809 – 1825)
DOI:
Artículo de Revisión
https://doi.org/10.37135/chk.002.14.05
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Próximo a cumplir los 200 años de historia republicana, conviene recordar
algunos sucesos de las disputas por la independencia entre patriotas-
peruanos y realistas-españoles. El artículo pretende, entonces, describir el
proceso de independencia iniciado en 1809 y consolidado en Ayacucho de
1824 bajo la relación militar, política y económica entre Puno y el Alto Perú.
Conforme a un enfoque cualitativo-historiográco de análisis documental
se rastreó las fuentes primarias en el Archivo Regional de Puno (ARP) y el
Archivo General de la Nación Argentina (AGNA), complementado con las
fuentes secundarias. Los resultados develaron que, formadas las juntas de
gobierno en Chuquisaca y La Paz ante la crisis de la monarquía española,
el gobierno virreinal del Perú organizó una expedición militar al mando de
José Manuel de Goyeneche, quien, con el apoyo de los caciques de Cusco
y Azángaro ocupó el Alto Perú derrotando a las fuerzas revolucionarias,
antes que el contingente militar enviado desde Buenos Aires arribara a su
destino. En conclusión, aquellos sucesos demandaron gran cantidad de
reclutas indígenas para el ejército realista, que ocasionó las migraciones
y el descenso demográco de la población puneña, antriona de múltiples
batallas por la autonomía y la libertad.
Palabras clave: Independencia, historia, guerra civil, altiplano, gobierno
At almost 200 years of republican history, it is worth recalling some events of
the disputes over independence between Patriots-Peruvians and Royalists-
Spanish. The article tries to describe the process of independence initiated
in 1809 and consolidated in Ayacucho in 1824 under the military, political
and economic relatioship between Puno and High Peru. In accordance
with a qualitative approach - historiographic of documentary analysis
the primary sources were traced in the Regional File of Puno (RFP) and
the General File of the Nation Argentina (GFNA) complemented with the
secondary sources. The results revealed that, formed the governing boards
in Chuquisaca and La Paz in the face of the crisis of the Spanish monarchy,
the viceroyalty government of Peru organized a military expedition with
José Manuel de Goyeneche, who, with the support of the chieftains of
Cusco and Azángaro settled down Upper Peru defeating the revolutionary
forces before the military contingent, sent from Buenos Aires, arrived to
their destination. In conclusion, these events demanded a large contingent
of indigenous recruits for the royalist army that led to migrations and the
demographic decline of the puneña population, host of multiple battles for
autonomy and freedom.
Keywords: Independence, history, civil war, highland, government
Resumen
Abstract
ACCIONES
REVOLUCIONARIAS
EN AMÉRICA LATINA:
PUNO Y EL ALTO
PERÚ DURANTE
EL PROCESO DE
INDEPENDENCIA
(1809 – 1825)
REVOLUTIONARY
ACTIONS IN LATIN
AMERICA: PUNO AND
ALTO PERU DURING
THE INDEPENDENCE
PROCESS (1809 – 1825)
Número 14 / AGOSTO, 2021 (70-83)
ACCIONES REVOLUCIONARIAS EN AMÉRICA LATINA:
PUNO Y EL ALTO PERÚ DURANTE EL PROCESO DE INDEPENDENCIA (1809 – 1825)
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INTRODUCCIÓN
En 1809 en América hispana se inició un ciclo
revolucionario o periodo de inestabilidad
política provocado por la invasión napoleónica
a España. Aquella coyuntura ocasionaría en las
capitales americanas ciertas opiniones divididas
y algunos cambios administrativos, económicos
y políticos (Escanilla 2013; 2018), que son
conceptualizados como una “guerra de escala
continental” (Morán & Carcelén 2019:73).
Por ello, tal situación obligaba a las provincias
del sur del virreinato peruano a enfrentar los
primeros alzamientos en el Alto Perú, lo que
implicaría una gran movilización del ejército
realista para hacer frente a los Ejércitos Auxiliares
del Río de la Plata; por tanto, las intendencias
de Arequipa, Cuzco y Puno brindaron apoyo
considerable al ejército real tanto en armamento,
logística y hombres. Es más, la guerra constituyó
un hecho fundamental en la toma de decisiones y
ejecución de las medidas sociales y económicas
desde 1809 en casi todos los pueblos del Perú
austral.
La historiografía simplista sobre la
Independencia del Perú tuvo como punto de
partida al año 1820, cuando las tropas de San
Martín desembarcaron en la bahía de Paracas.
Sin embargo, “la guerra de Independencia en el
Virreinato del Perú comenzó en mayo de 1809
cuando las ciudades de Chuquisaca primero y
La Paz después organizaron sus propias juntas
de gobierno en respuesta a la crisis monárquica”
(Escanilla 2018:114).
Por consiguiente, desde esa fecha el virrey
Abascal organizó una expedición dirigida por
José Manuel de Goyeneche, quien, con un
contingente de 5000 milicianos provenientes de
Cusco, Arequipa y Puno, ocupó los territorios
sublevados de la Audiencia de Charcas en
el Virreinato de Buenos Aires. Asimismo,
contó con el apoyo de los caciques indígenas
Mateo Pumacahua del Cusco y José Manuel
Choquehuanca de Azángaro, quienes enviaron
sus regimientos.
Pero ¿cuál fue la motivación del virrey Abascal
de invertir recursos y hombres en un territorio
ajeno como la audiencia de Charcas? Según
Escanilla (2018), fue evitar la propagación de
ideas subversivas que atacaran la unidad de
la monarquía hispana, proveyendo la excusa
ideal para reanexar el Alto Perú y devolverle al
virreinato peruano la lógica económica que tenía
durante el auge de Potosí.
Entre los años 1809 y 1825, las acciones del
proceso de Independencia con la presencia del
ejército realista y patriota en el sur Andino, fue
crítica en deterioro de las poblaciones indígenas.
En esa medida se puede precisar que:
(…) la misma guerra destruyó muchos
centros productivos como minas,
obrajes y haciendas. Finalmente, la
población, tanto los de mayor fortuna
como los más pobres, se vio obligada
a dar cupos de guerra durante los años
que duró la lucha. Como se recordará,
durante este tiempo dos ejércitos —
unos 20 mil hombres— transitaban
por el país. Había que alimentarlos,
vestirlos, armarlos y pagarles. El
dinero y los productos para sostenerlos
salieron de los propios peruanos. Cabe
mencionar que España nunca ayudó
económicamente al ejército realista.
De hecho, la guerra fue una sangría
económica para el Perú, una situación
de la que tardaría muchos años en
recuperarse. La Independencia tuvo un
costo económico muy alto para el país.
La separación de España no trajo, como
soñaban los liberales, el auge comercial
que se esperaba por la eliminación
de las restricciones mercantiles. La
producción decreció; virtualmente
se perdieron los antiguos mercados
como el Alto Perú, Chile y Quito; el
crédito escaseó, y la renta per cápita
tardó en recuperarse. Esta pérdida de
mercados erosionó considerablemente
a la agricultura costeña y a sus
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PUNO Y EL ALTO PERÚ DURANTE EL PROCESO DE INDEPENDENCIA (1809 – 1825)
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terratenientes. Además, la vida política,
inestable y, por momentos, corrupta, no
garantizaba ningún tipo de inversión.
(Orrego 2011:2)
La imposición de la corona española hacia
la población puneña era tan insaciable que
ocasionaron la ruptura del orden social andino y
las estructuras económicas interétnicas. Así como
el descenso demográco debido a la política de
servicios y méritos en las campañas del Alto
Perú que fue la justicación que utilizaron los
militares, las autoridades coloniales y caciques
aliados para garantizar la compra y despojo de
tierras a los indígenas en el altiplano puneño.
Por otro lado, ante la expedición marítima y
desembarco del libertador del sur en la costa
peruana, y posterior ocupación por el temor
social de la capital del virreinato del Perú, el
virrey La Serna abandonó Lima para establecerse
en el Cusco, desde donde controlaba más de la
mitad del virreinato y, sobre todo, el territorio de
la sierra sur y sus recursos naturales.
Cabe destacar entonces que entre 1822 y 1823,
la junta de gobierno peruano organizó las
expediciones a los puertos intermedios. Teniendo
mayor realce a la sazón la segunda expedición
que fue dirigida por Andrés de Santa Cruz que
tuvo como evento principal la batalla de Zepita
a orillas del lago Titicaca que, involucró una vez
más a la población puneña y al Alto Perú.
Esa campaña constituyó una gran oportunidad
para lograr la victoria patriota sin la intervención
extrajera, pero no lo fue, debido a las fallas
estratégicas y ambiciones personales por el
poder, que puso en juego la conguración
geopolítica de América del Sur.
Por lo abordado hasta aquí, se instala en el estudio
como objetivo elemental la descripción de las
acciones revolucionarias en América Latina (AL)
durante el proceso de independencia, iniciado en
1809 y consolidado en Ayacucho de 1824 bajo la
relación militar, política y económica entre Puno
y el Alto Perú, con tonalidades divergentes a las
informaciones establecidas dentro de la Historia
del Perú y la Historia Regional de la nación
altiplánica.
METODOLOGÍA
El estudio se desarrolló mediante un enfoque
cualitativo-historiográco de análisis documental
(Canaza-Choque y Huanca-Arohuanca 2019;
Huanca-Arohuanca, Canaza-Choque, Escobar-
Mamani y Ruelas 2020), desde el cual se
rastrearon las fuentes primarias como el ARP y
consecuentemente el AGNA, complementado
con las fuentes secundarias.
Cabe aclarar entonces, que el análisis cualitativo
es “un proceso que consiste en «dar sentido» a
la información textual. Las investigaciones más
recientes e innovadoras… en ciencias sociales
recurren habitualmente a esa metodología”
(Gómez y Chapman 2017:340).
El manuscrito ha seguido dos momentos cortos,
pero fundamentales. En primera línea, se
clasicaron las categorías de acorde al contexto
de Puno y el Alto Perú en el proceso independista.
En segunda línea, se obtuvo el signicado de
las categorías que han sido desarrolladas a lo
largo del estudio, tales como: entre la junta de
1809 y la batalla de Guaqui de 1811; Puno y el
Alto Perú durante la rebelión del Cusco 1814;
donativos y reclutas para el ejército del Alto
Perú; así como la batalla de Zepita y por último,
se tiene de ejemplo la construcción del estudio
total, denominado: Acciones revolucionarios
en AL: Puno y el Alto Perú en el proceso de
Independencia (1809-1825).
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
ENTRE LA JUNTA DE 1809 Y LA
BATALLA DE GUAQUI DE 1811
Informado el virrey Fernando de Abascal sobre
la formación de las juntas autonomistas de 1809
en Chuquisaca y La Paz, ordenó al coronel Juan
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Ramírez y Goyeneche ocupar Puno. Este último
organizó las tropas en el Cusco quedando con
6 compañías, 800 hombres y 100 artilleros que
se dirigieron a Puno y Desaguadero. En efecto,
ante un estado de guerra evidente, la violencia y
el miedo se instaló nuevamente en los pueblos
del sur peruano.
Por ello, en el desarrollo de las batallas en
el Alto Perú, la participación de los pueblos
meridionales del Perú fue vital y “el despliegue
de tanta fuerza militar de las principales ciudades
del sur del Virreinato del Perú fue fundamental
en el periodo de las juntas” (Barragán 2013:259).
Pero, esas incursiones militares durante tres
lustros demandaron gran cantidad de recursos y
hombres.
Cabe recordar que, por el año 1823, tres alcaldes
constitucionales del norte de Puno agobiados de
cumplir con las variadas obligaciones militares
impuestas por el ejército realista, presentaron un
memorial al entonces intendente de Puno, Tadeo
Joaquín de Garate, bajo los siguientes términos:
Que hace más de catorce años poco
más o menos que hemos sufrido las
más estrechas fatigas en despachar casi
cotidianamente las tropas que transitan
por estos lugares, facilitándoles con
todo esmero y actividad toda especie
de bagajes (sic) hasta hallarnos en el
día tan sumamente esquilmados, y
estropeados por el mucho desorden con
q dichas tropas se conducen, llevándose
(sic) continuamente mulas y caballos,
en grave perjuicio de sus legítimos
dueños, y grave falta que hacen para
los posteriores despachos que por
esta disminución en la actualidad nos
hallamos ya en estado de no poder
sufrir con desahogo dichos servicios.
(Archivo Regional de Puno [ARP]
1823:48)
La historia tradicional hace pensar que en el
Perú las batallas de Independencia habían
iniciado con el desembarco de las tropas de
San Martín en septiembre de 1820 a la costa
peruana. Es decir, existe gente que cree todavía
en la proclama realizada por San Martín, el 28
de julio de 1821 como base para conmemorar
el bicentenario de la Independencia. Más bien
habría que hablar de una Independencia de 1809
como génesis, una Independencia formal de
1821 y una Independencia denitiva de 1824
efectuada en la batalla de Ayacucho.
Tal vez por esa razón, las nuevas investigaciones
van proponiendo una nueva cronología al
respecto cuando se sostiene que la guerra de
Independencia tuvo como escenario principal el
sur andino y, estas habían iniciado mucho más
antes; además, “no fue una guerra de grandes
batallas, sino que más bien estuvo constituida
por cientos de combates en las que pelearon
pequeños grupos de hombres” (Escanilla
2018:125), resultando una guerra civil, donde
cada integrante del virreinato defendía la bandera
patriota o realista según sus intereses personales
o de grupo.
Ahora bien, con la presencia del ejército regular
realista en Puno dirigido por José Manuel de
Goyeneche, las voces de alarma se encendieron
en el altiplano puneño entre las autoridades
coloniales locales y la población en general.
Goyeneche estableció su cuartel general en
el pueblo de Zepita, en la otra banda del río
Desaguadero, desde donde dirigió todas sus
acciones contra los insurgentes desde 1809 hasta
1813 (Pilco 2017).
El 25 de setiembre de 1809, desde la villa de
Puno, Goyeneche envía una carta y dos emisarios
al teniente coronel Mariano Campero y al
coronel D. Pablo Astete a la junta de La Paz. En
la mencionada esquela invoca a los miembros de
la junta de La Paz que “se retiren como pacícos
honrados vecinos (sic) a sus casas a disfrutar de
la dulce tranquilidad de sus familias” (Archivo
General de la Nación Argentina [AGNA]
1809:36). Al mismo tiempo advierte que, las
(…) respetables fuerzas militares sujetas
a mi jurisdicción, y considerablemente
aumentadas con otras de las provincias
de este ordenado virreinato, que por
disposición de su superior jefe se
hallan hoy a mis órdenes abundantes de
disciplina, armas y subordinación, con
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ociales y jefes escogidos, y llenos de
un honor y buena voluntad sin ejemplo
y últimamente disciplinados para
hacerse obedecer y respetar. (AGNA
1809:40)
Tener el control de las provincias y ciertos jefes
locales que le rendían delidad a Goyeneche,
era una forma de sembrar hegemonía hacia
las autoridades locales puneñas, ya que los
subordinados estarían siempre dispuestos a
despojar a la gente de la cual se sentían dueños
absolutos. Gente que sería llevada de uno a
otro lado de la batalla, porque para los realistas
los indígenas altiplánicos habían nacido para
respetar y obedecer lo que la corona española
imponía.
En octubre de 1810, el subdelegado de Chucuito,
Tadeo Joaquín de Gárate, comandante militar
designado por el general Goyeneche, señala
que estando en el pueblo de Zepita y luego de
despachar los 100 hombres bajo el mando del
capitán Teodoro Martínez del Campo que se
dirigían a la ciudad de La Paz y situar a los 50
hombres destinados para los destacamentos del
Desaguadero y Tiquina, tuvo una conversación
con el cura D. José María Aperrigue sobre la
desorganización en que se suponía que estaba
todo el virreinato de Buenos Aires y que la
seducción por parte de los insurgentes era tan
viva y activa que recelaba se ltrase en los
pueblos sanos del Perú (Pilco 2017).
Bajo aquellas preocupaciones se trasladó a
Desaguadero en espera de alguna noticia. En
la noche del 2 de octubre se encontró con el
conductor de correos Pedro Barriga, natural
de Chuquisaca, que estaba yendo al Cusco.
Tuvieron una conversación por insistencia de
Tadeo Gárate y al tener una antigua amistad, este
le confesó lo siguiente, respecto a los sucesos en
el Alto Perú:
(…) los porteños ya están en el Bolcan,
que la fuerza que trayen era mucha y
gente aguerrida, que traían muchas
armas y aun posteriormente habían
recibido de B
S
A
S
tres mil fusiles
empaquetados que su artillería era
como de sesenta piezas de calibres
de diez y ocho a más (…) la fuerza
era insuperable que no había quien
les resistiese, así porque las tropas de
Tupiza no eran más que quatrocientas y
la demás gente de puñete, como porque
todos los pueblos interiores estaban
por la buena causa de los ynsurgentes
y que estos venían a favor de nosotros
especialmente los criollos. (ARP
1810:9)
Las informaciones extraociales parecidas al
párrafo anterior abundaron en el altiplano, verdad
o falsedad no se sabe, pero un mes después las
tropas auxiliares de la junta porteña lograron
un triunfo en la batalla de Suipacha. Además,
Gárate agrega que el señor Barriga estaba tan
entusiasmado con el detestable sistema de los
porteños y también señaló que:
(…) el designio de los porteños era ir
conquistando hasta Lima y q contaban
con todos los habitantes de este
Virreinato como que ellos no venían
haciendo perjuicio alguno, sino por
la buena causa, de que ya era tiempo
de que mandásemos nosotros. (ARP
1810:9)
A pesar de las bondades que supuestamente
ofrecían los rebeldes a los criollos, según la
narración de Barriga, la autoridad de Chucuito
no se conmutó e inmediatamente comunicó al
intendente Quimper, logrando el encarcelamiento
del conductor de correos en el cuartel de Puno,
acusado de estar vertiendo especies seductivas
envueltas en unas valijas a favor de los sediciosos
de Buenos Aires.
Al respecto, las principales casas cacicales
desempeñaron un papel importante como
aliadas realistas. Por ejemplo, Nicolás Calisaya
(sobrino del capitán del ejército Andrés
Calisaya de Tiquillaca), Fernando Aza y Diego
Colquehuanca, vecinos de Puno e indios nobles
descendientes de Caciques, ante los sucesos de la
ciudad de La Paz en 1809 juraron su vasallaje al
Rey y dieron donativos consistentes en 25 pesos
en plata, 20 cargas de chuño, 7 cargas de papa
y 5 chalonas. Además, solicitaron a Goyeneche
que se les admitiera en la expedición a costa de
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su peculio.
Suplicamos a V.S. muy ilustre se digne
admitirnos en su real expedición pues
queremos ir a expensas nuestras sin
grabar en cosa alguna al Real Erario,
siquiera con el empleo de alcanzar
agua a los señores ociales y ayudar los
equipajes (…) bajo el bien entendido
que en los lances mayores de Batalla
que se ofrezcan también sabremos
como en la pasada rebelión manifestar
el resto de nuestras fuerzas hasta rendir
la vida en defensa de nuestra ley y Rey.
(ARP 1809:9)
De la misma manera, el cacique de Huancané,
Juan de Dios Cornejo, el primero de octubre de
1809, enterado de las turbulencias en la ciudad
de La Paz informa al subdelegado que persuadió
y amonestó a los indígenas al servicio del
soberano, ofreciendo dos mil indígenas para el
servicio real. Además, señala que dio una
piara de mulas que ha caminado hasta
Oruro, toda aparejada sin exigir el
menor ete, ni contribución alguna;
del mismo modo que ahora cinco
meses remití a esta ciudad otra piara
aparejada, y costeada de mi escaso y
pobre peculio para conducir los víveres
al Desaguadero. (ARP 1809:8)
Los caciques delistas que más protagonismo
tuvieron, sin duda, fueron el cusqueño Mateo
Pumacahua y el azangarino José Manuel
Choquehuanca. Este último fue nieto de
Diego Choquehuanca, cacique propietario de
hanansaya del pueblo de Azángaro y coronel
de milicias naturales del mismo pueblo,
denominado Patricios de Asillo o Río de la Plata.
En esa medida, el 26 de agosto de 1811, por
decreto del Virrey, los miembros de la real
hacienda de Lima remitieron por correo a Puno
“un cajoncito precintado con dos banderas
para que las entregue al cacique gobernador
de Azángaro Don José Manuel Choquehuanca,
coronel del cuerpo de naturales nominado del
o de la Plata, para los nes de su destino”
(ARP 1811:46).
La actuación del cacique Choquehuanca fue
importante en la pacicación entre noviembre y
diciembre de 1811, porque:
El avance del batallón de naturales
del Cuzco, comandado por Mateo
García Pumacagua, y de las tropas de
Azángaro, dirigidas por Manuel José
Choquehuanca, se realizó a lo largo del
mes de octubre, quedando las tropas
indígenas encargadas de perseguir
a los indios sublevados de la región
altiplánica. Los rebeldes indígenas
de Jesús de Machaca y Caquiaviri
fueron responsabilidad de Pumacagua,
mientras que los de Guaqui fueron
perseguidos por Choquehuanca.
A partir de noviembre, las tropas
virreinales habían ido controlando uno
a uno los pueblos sublevados en los
alrededores del Titicaca; en algunos
casos por medio de escaramuzas y en
otros, mediante el ofrecimiento de un
indulto general. (Soux 2016:467)
José Manuel Choquehuanca, luego de su destaca
campaña en el Alto Perú y posterior declaración
de la Independencia del Perú en 1821, se asentó
en su pueblo natal dedicado a la administración
de su hacienda Picotani. Sin embargo, el 15 de
agosto de 1825, en ocasión de celebrar la esta
de la virgen de Asunción en Azángaro armó
un bochornoso incidente, lanzó vivas al rey
Fernando VII, demostrando su afecto a la causa
realista, por este episodio fue encarcelado en la
ciudad de Puno (Ramos 2006).
Por otro lado, su primo hermano José Domingo
Choquehuanca ofrecía un discurso inmortal al
libertador Bolívar, que estuvo en Puno rumbo al
Alto Perú. De tal manera que, en el pasado se
tuvo a un José Domingo como patriota que dio
todo de sí y un José Manuel como un exacerbado
realista.
Por su parte, el ejército de Goyeneche situado en
la otra banda del Titicaca, “también dispuso una
imponente parada militar en honor del monarca,
que se celebró en el campamento de Zepita”
(Wasserman 2018:295). Por tanto, concluidos los
actos de demostración y vulnerado el armisticio
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de ambos ejércitos se produjo la Batalla de
Guaqui, el 20 de junio de 1811, con la derrota
del ejercito auxiliar y combinado. Nuevamente
las fuerzas virreinales volvieron a ocupar el Alto
Perú.
La noticia sobre la victoria realista rápidamente
se difundió, por ese motivo, el intendente de
Puno, Manuel Quimper Benites del Pino, el 24
de junio de 1811, dio un bando a la población
puneña, destacando el triunfo de las fuerzas
realistas en la batalla de Guaqui, ordenó que
se procediera con la iluminación de las casas y
ocinas durante tres noches continuas, repique
general de campañas y, misa de gracia y Te
Deum en la iglesia matriz de dicha ciudad. El
bando suscrito señalaba:
(…) los insurgentes del Reyno de Buenos
Aires, los que vil y cobardemente
abandonaron aquel punto fatigado de
nuestros fuegos, dejándose el tren de
campaña compuesto de quince piezas
de cañón, el almacén de municiones,
quatrocientos fusiles, y una completa
botica, cerca de trescientos prisioneros
con la crecida pérdida de quinientos
muertos resultando de nuestra parte en
corto número que es a indispensable,
que por su valor y constancia hicieron
el sacricio de sus vidas, a Dios, el Rey
y la patria, cuya memoria de su honor
y valor, será eterna en los annales de
nuestra historia. (ARP 1811:36)
A pesar de todo y contra todo, el estado de
rebeldía de la población indígena en el Alto Perú
no cesó con la derrota de Guaqui, al contrario,
tuvo una larga duración teniendo como actividad
la guerra de guerrillas.
Al respecto, el arriero puneño Juan Santos Días,
alias El Cochabambino, señala que, cuando
estuvo en Oruro realizando servicio al ejército
real se prestó a retornar a Puno con 18 mulas,
con pasaporte otorgado el 27 de julio de 1811
por Fermín de Piérola, coronel del regimiento
de infantería de Urubamba y comandante de
la segunda división de Vanguardia del ejército
de observación del Alto Perú, en el trayecto
fue “sorprendido en el alto de la Paz por los
insurgentes de cuya tiranía pude salvar mi vida
por caminos extraviados dejando las referidas
mulas y varios intereses míos” (ARP 1810:8).
Al parecer, aquellas estrategias determinaron
el futuro de la Independencia del Perú,
sabiendo que, cualquier violencia sin voluntad
signicaría dañar la emancipación y libertad
de los insurgentes patriotas (Pizarro 2018). Así
mismo, los grupos con quienes se hizo posible la
independencia y, aún más, la construcción de un
modelo de Estado destinado a asumir los nuevos
retos de la modernidad (López 2019) serían los
mismos indígenas del altiplano.
La experiencia latinoamericana con el
colonialismo europeo, junto con los retos que
trajo consigo su independencia, demostró que el
estado desarrollista que surgió gradualmente en
la región vino a denir los límites de lo pensable
y lo posible para el resto del mundo poscolonial
(Huanca-Arohuanca 2019; Eslava 2019).
PUNO Y EL ALTO PERÚ DURANTE
LA REBELIÓN DEL CUSCO 1814
La primera expedición libertadora del ejército
peruano recién creado por los hermanos Angulo
y Pumacahua fue la que partió al Alto Perú, y
que reunió los mayores elementos de tropa con
sus respectivas operaciones. A mediados de
agosto de 1814, apenas dos semanas después
del estallido libertario, partió bajo el mando del
Sargento Mayor José Pinelo y el cura tucumano
Ildefonso Muñecas, teniendo como objetivo
destruir la retaguardia de Pezuela para aislarlo
de su núcleo de abastecimientos.
De manera que, la expedición al Alto Perú avanzó
sin dicultades por el camino del Collasuyo,
recibiendo en el Altiplano peruano el refuerzo
de numerosas milicias rurales, sobre todo en
Azángaro y Carabaya. Para esa época, en Puno
existía una guarnición realista de 200 soldados
y 500 reclutas al mando del Intendente de Puno
Manuel Quimper, quienes decidieron retirarse
a Arequipa, pues en la noche del 25 de agosto
la guarnición realista de la ciudad lacustre se
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sublevó y se pronunció a favor de los patriotas
(Pilco 2017).
De esa manera, Pinelo y Muñecas tomaron Puno
sin combatir el 29 de agosto 1814 y se dirigieron
hacia Desaguadero donde existía una pequeña
fuerza realista al mando de Joaquín Revuelta
que tenía una poderosa artillería de 13 cañones.
Enseguida, los patriotas arribaron a Desaguadero,
donde capturaron cañones, fusiles y pertrechos
de guerra, luego enrumbaron hacia la ciudad
de La Paz, donde se enfrentaron a las fuerzas
realistas comandadas por Juan Ramírez, el 2 de
noviembre de 1814 en la batalla de Chacaltaya
el cual fue una derrota sin contemplaciones.
Volviendo a la sublevación lacustre, el principal
revolucionario de acuerdo con el propio
Quimper, era José Benito Laso de La Vega, quien
había entrado en alianza con los revolucionarios
del Cusco y convocado al caudillo Pinelo para
que entrase con toda seguridad en su capital.
De tal manera que, la ciudad de Puno y el
altiplano en general, fue saqueada. Al respecto,
Bernardo Escobar, arrendatario de la hacienda
Allan, jurisdicción de Capachica (Puno) en su
manifestación señaló:
(…) en 1814 intervino la rebolucion
de esta ciudad, en que no se cuydaba
(sic) otro interés más q
e
el de la vida:
es constante, q los más vecinos de ella,
apenas consiguieron escapar sus vidas,
dejando sus bienes a la ruina de los
enemigos y ladrones; entre aquellos fui
yo, que abandonando no solo el ganado
que se trata, sino el corto interés que
abrigaba mi casa, me retiré a la ciudad
de Arequipa con toda mi familia; y de
esta ocasión se valieron los pastores
para arruinarlo. (ARP 1817:8)
Por otra parte, se tiene el testimonio de Manuel
Valencia, sargento primero del regimiento
de infantería y maestro carpintero de la real
maestranza fechado el 10 de mayo de 1817,
pidiendo se le reconozca sus remuneraciones por
sus servicios, este argumentó: “hace siete años
que sirvo al Rey con mi ocio de carpintería en
el ejército y en las guarniciones del Desaguadero
y Puno dando el debido lleno a mis obligaciones
a satisfacción de mis jefes” (ARP 1814:41).
Aquí, proporciona datos importantes sobre la
batalla de Desaguadero, que se produjo “el 10 de
setiembre de 1814, donde distinguiéndome de
los demás hice fuego al insurgente Pinelo con la
mayor energía desde las 5 de la mañana hasta las
10 del referido día, y por desgracia mía cay (sic)
prisionero” (ARP 1814:41). Además, sostiene
que en esa oportunidad actuó como artillero
bajo el mando del capitán de la guarnición de
Desaguadero Andrés Cornejo.
Meses después, en el territorio puneño se
desarrolló la batalla de Umachiri con fecha 11 de
marzo de 1815 donde se enfrentaron las fuerzas
rebeldes dirigidas por Mateo Pumacahua,
Norverto Dianderas, Diego Sánchez y otros;
por su parte, el ejército realista estuvo dirigida
por Juan Ramírez Orozco, veterano del teatro
de guerra en el Alto Perú frente a los patriotas
argentinos. Si bien esta batalla constituyó una
derrota patriota, los ideales de la justa causa de la
independencia no habían expirado en Umachiri,
más bien continuaron, sobre todo en el altiplano
puneño.
DONATIVOS Y RECLUTAS PARA
EL EJÉRCITO DEL ALTO PERÚ
Tener en cuenta la leva, exacciones y otros
servicios en una guerra por el control del
altiplano puneño resulta considerable en el
estudio. De ahí que, con las fuentes primarias
se sostiene que el subdelegado de Carabaya en
1819, debido a la mayor demanda de reclutas,
manifestó al Intendente Gárate:
Este partido que en el año de 1809
constaba de un regimiento de caballería
de dragones compuesto de 600 y pico
de plazas, desde aquella fecha hasta
la presente a servido a S.M. con 1500
hombres, yo en los 6 años que lo mando
he enviado 1100, 200 me asegura
que remitió su coronel don Antonio
Goyvuro y 200 mi antecesor Larrauri,
de estos bien creo habrá vuelto una
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décima parte, pero como los he
perseguido y vuelto mandar de nuevo
aun cuando hayan desertado no asoman
para acá: me aseguran que de ellos han
casado muchos en las intendencias de
Salta, Chuquisaca, Cochabamba, Paz,
Arequipa y Cusco, aquí no asoman por
que no los dejo vivir. (ARP 1819:45)
El cupo de reclutas impuesto para la Intendencia
de Puno, en la obligación de enrolarse al ejército
realista, fue considerable a lo largo del proceso
de independencia. Fueron miles de ejércitos
indígenas de Puno los que incursionaron al
Alto Perú para hacer frente a las expediciones
argentinas, así como para sofocar las revueltas y
rebeliones en el sur andino dentro del Virreinato
del Perú.
En 1817, Pedro Pablo Torres, sargento
segundo de la primera compañía del batallón
de infantería del partido de Chucuito, sostiene
que sirvió en el ejército real del Alto Perú, en
el Batallón Cotabambas, desde que “empezaron
las revoluciones hasta ser juramentado en Salta
y que a mi regreso de tan penosa como dilatada
ausencia, he encontrado arruinada por los
ladrones mi casa y disipado mis bienes hasta
quedar en una total destrucción” (ARP 1817:42).
Los servicios y contribuciones fueron generales.
En 1817, el intendente de Puno (Garate) remitió
35 867 pesos al ejército del Alto Perú y 132
reclutas de buena talla y edad. Además, mediante
un circular ordena a los alcaldes recaudadores
de Chucuito, Pichacani, Acora, Juli, Pomata y
Pizacoma para que proporcionen carneros de
carga y sus conductores para trasladar 2000
frazadas a la Villa de Potosí en la lógica de
ayudar al ejército del Alto Perú.
Sin duda, esas medidas ocasionaron una crisis
económica y social en el altiplano puneño. Pues,
consciente las autoridades hispanas de esta
realidad, ordenaron por ejemplo al subdelegado
de Azángaro, Juan Bautista Morales, que en 1818
se dé a conocer a los pueblos de su jurisdicción
la carta que le remitió por intermedio del
intendente de Puno, el general del ejército del
Alto Perú, señalando que deben “auxiliar a los
inválidos, madres y viudas de los que murieron
en la campaña de Jujuy y Salta el año pasado
de 1817, o en otras partes de sus resultas” (ARP
1817:42).
Por otro lado, las autoridades coloniales, militares
y caciques aliados apelando a sus servicios y
méritos desempeñados en las campañas del
Alto Perú empezaron una sistemática operación
de usurpación y despojo de tierras contra
los indígenas ocasionando pleitos judiciales
intensos. Buenaventura Cornejo, capitán del
regimiento de infantería de Lampa en 1816,
argumentó que poseía tierras en la doctrina de
Umachiri, llamada Ycantaña debido al
(…) amparo en atención a mis servicios
al soberano con mi persona e intereses
que en los años de 1811 y 1812 pasique
al partido de Pacajes y di a las tropas del
Rey sesenta mulas, y con los donativos
que di asendian amas de dos mil pesos,
estos documentos y de más papeles que
acreditaban mi posesión se han llevado
los alsados en los tres saqueos que he
experimentado. (ARP 1810:8)
En suma, los ciclos revolucionarios iniciados en
1809, en las provincias norteñas del Virreinato
de Río de la Plata y las provincias sureñas del
Virreinato del Perú, hizo declarar al virrey
Pezuela en un ocio enviado al intendente de
Puno en 1818, que la larga guerra que se lleva ha
agotado los recursos de plata y brazos.
LA BATALLA DE ZEPITA
Uno de los acontecimientos más relevantes
durante las guerras de independencia fue la
batalla de Zepita, conocida como la Batalla
de Chua Chua, ocurrida el 25 de agosto de
1823 durante la segunda Campaña a Puertos
Intermedios, dirigida por el General patriota
Andrés de Santa Cruz, cuando era presidente de
facto del Perú, José de la Riva Agüero.
La historia cuenta que el ejército patriota se
embarcó en el Callao en mayo de 1823, compuesto
por 7 batallones de infantería, 5 escuadrones
de caballería y ocho piezas de artillería; entre
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ociales y soldados sumaban cerca de 5000
efectivos. Todos ellos desembarcaron en Arica,
desde donde emprendieron la marcha sobre la
cordillera de los Andes divididos en dos grupos:
uno dirigido por Gamarra y el otro por Santa
Cruz.
En tanto, el ejército realista dirigido por el General
Gerónimo Valdés, partió rumbo de Sicuani el 2 de
agosto, compuesto por un batallón, un escuadrón
y dos piezas de artillería que le encomendó el
virrey La Serna. En Pomata recibió el refuerzo
traído de Arequipa por Carratalá, que consistía
en 1000 hombres formados en un batallón y dos
escuadrones.
Valdés dispuso entonces de un total de 1900
soldados y 2 piezas de artillería, con los que
continuó sobre el Desaguadero y el virrey La
Serna salió desde Cusco rumbo a Puno con
4000 soldados y 1000 caballos, dando durante el
trayecto órdenes a los pueblos que se ubicaban
en el antiguo camino inca (Pilco 2017).
Se sabe que el 20 de agosto de 1823, la compañía
de Valdés y de Carratalá se unieron en el pueblo
de Juli y desde allí emprendieron la marcha
sobre el ejército patriota acampado en el punto
de Desaguadero. Cabe indicar que en esa fecha
el grueso del ejército del virrey La Serna se
encontraba en el pueblo de Ayaviri.
La batalla se desarrolló el 25 de agosto de 1823
en una lomada situada como a una legua y
tres cuartos de Zepita. Valdés, ubicado en una
posición estratégica, solo quería mantener a
Santa Cruz lo más lejos posible de Gamarra, sin
embargo, Santa Cruz simuló un ataque general
seguido de un desorden que provocó la reacción
realista y posterior cruce de fuegos.
El resultado fue 100 muertos, 184 prisioneros,
240 fusiles, 52 caballos ensillados, lanzas,
carabinas y sables que quedaron en el campo,
fueron los trofeos de los patriotas. Por otro lado,
28 muertos y 84 heridos constituyen las pérdidas
de la división de Santa Cruz. Los patriotas
permanecieron en el campo hasta la noche del
25 en que retornaron al Desaguadero. Parece
que la batalla de Zepita atemorizó a ambos
combatientes, porque los dos se retiraron: Valdés
a Pomata, Santa Cruz al Desaguadero.
En consecuencia, fueron los intereses y celos
de los líderes patriotas los que ocasionaron el
fracaso de la expedición a Puertos Intermedios.
Al respecto, Sobrevilla (2015) dice que Santa
Cruz escribió a Sucre detallando que no había
esperado que el virrey estuviera pisándole
los talones, y que, incluso con la ayuda de
Cochabamba y las fuerzas guerrilleras de los
valles bajos, no tenía esperanza real de triunfo,
salvo que recibiera un apoyo inmediato de las
tropas que habían sido prometidas de Chile o del
mismo Sucre.
Como se puede apreciar, la mala estrategia,
combinada con la falta de organización táctica
militar, sentenciaron momentáneamente el
destino de la Independencia del Alto Perú y
la nación altiplánica. Por consiguiente, para
octubre, toda la aventura en el Alto Perú había
llegado a su n, ya que Santa Cruz y Gamarra
se habían visto obligados a huir de vuelta a
Moquegua, para de ahí planicar nuevamente
las batallas denitivas del año siguiente.
CONCLUSIONES
El proceso de Independencia en los pueblos
meridionales del Virreinato del Perú inició en
simultáneo con las juntas autonomistas de la
audiencia de Charcas del Virreinato de Buenos
Aires. Durante ese periodo, las múltiples batallas
fueron una forma de hacer política que denió
las identidades y alianzas regionales. Además,
las levas y exacciones a los que fueron sometidos
los pueblos indígenas por el ejército realista en
el Alto Perú y en la región altiplánica de Puno no
tienen justicación.
En resonancia, se debe aclarar que las acciones
revolucionarias en AL se iniciaron en 1809 y
fueron consolidadas en la batalla de Ayacucho de
1824 bajo la relación militar, política y económica
entre Puno y el Alto Perú. No obstante, existe
el credo de que las guerras de Independencia
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habían iniciado con el desembarco de las tropas
de San Martín en septiembre de 1820 a la costa
peruana y la proclama realizada por San Martín,
el 28 de julio de 1821 que es considerada hasta
la actualidad como un patrón hegemónico para
conmemorar el bicentenario de la Independencia.
Hay que aclarar que la independencia del Perú
de 1821 fue una tragedia, ya que no trajo ningún
cambio político o socioeconómico. Es decir; las
haciendas, los esclavos y las minas cambiaron de
manos, pero no de espíritu ni de hábitos. Después
de la proclamación los sistemas de dominación
estaban en manos de comerciantes-empresarios
chapetones, caudillos militares, mestizos y
delistas. Estos ocuparon el lugar de aquellos
españoles expoliadores, sin que su preparación
o su motivación ofreciesen un mejor desempeño
económico. La esclavitud se mantuvo por
treinta años más, los latifundios y las minas no
cambiaron su método de producción, y si no
fuera por el hallazgo del guano, probablemente
la República se hubiese desintegrado en un Perú
del norte y uno del sur (Contreras 2011).
Por ello, los errores historiográcos que pueden
obedecer a ciertos estratos con intereses de
no aclarar bien una información adoptada,
deben ser corregidos desde la génesis, que
recae nuevamente en la revisión de las fuentes
primarias locales.
Se sabe a la perfección que la historia es
una estrategia para ser autónomos y críticos,
principalmente con los modos en que se
ha contado la historia, y por ello fomenta
el aprendizaje emancipador y se basa en la
perspectiva de la cognición distribuida, adscrita
a una práctica crítica y emancipadora (Arancibia,
Soto y Casanova 2017).
En denitiva, hoy se puede hablar de las nuevas
investigaciones que van proponiendo la nueva
cronología, donde se sostiene que las guerras de
Independencia tuvieron como escenario principal
el sur andino, sintetizado por minúsculas batallas
protagonizadas por la mayoría indígena.
DECLARACIÓN DE CONFLICTOS DE
INTERESES: Los autores declaran no tener
conictos de interés.
DECLARACIÓN DE CONTRIBUCIÓN
DE LOS AUTORES: Jesús Wiliam Huanca-
Arohuanca (50%) y Nestor Pilco Contreras
(50%)
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