Número 14 / AGOSTO, 2021 (112-129)
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Número 14 / AGOSTO, 2021 (112-129)
Universidad Nacional del Centro del Perú,
Facultad de Educación, Huancayo, Perú.
jyangali@uncp.edu.pe
ORCID:
https://orcid.org/0000-0003-3714-326X
Recibido:
(30/05/2020)
Aceptado:
(22/09/2020)
Jorge Luis Yangali
Vargas
DES-AFRICANIZACIÓN EN LAS
NEGRERÍAS DEL VALLE DEL
MANTARO - PERÚ
DE-AFRICANIZATION ABOUT
NEGRERIAS OF THE MANTARO VALLEY-
PERU
DOI:
Artículo de Reexión
https://doi.org/10.37135/chk.002.14.08
Número 14 / AGOSTO, 2021 (112-129)
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El mayor número de danzas de Negritos en el Perú no es ejecutado por
afrodescendientes, sino por mestizos e indígenas; quienes en los últimos
años vienen desenmascarándose. El objetivo del estudio es analizar la
desafricanización de estas manifestaciones folklóricas, para lo cual se
aplicó la revisión histórica y la observación etnográca de las negrerías
en diciembre y enero de los años 2018, 2019 y 2020 en el centro del Perú
(en especial el valle del Mantaro). Este artículo ensaya sobre los cambios
que en ellas se vienen produciendo. Se concluye que la población africana
llegó como esclava, pero después de la abolición no se quedó, ni se
territorializó en la sierra peruana, sino que dejaron a la población andina
las posibilidades de enmascararse para representarlos e identicarse con la
discriminación y explotación que en este nuevo siglo se está resignicando.
Palabras clave: Folklore peruano, integración cultural, mestizo, danza
tradicional, historia africana
The largest number of Negritos dances in Peru are not performed by
people of African descent, but by mestizos and indigenous people, who in
recent years have been showing themselves. The objective of the study is
to analyze the de-Africanization of these folkloric manifestations. Through
the historical review and ethnographic observation of the negrerias dance
in December and January of the years 2018, 2019 and 2020 in central
Peru -especially the Mantaro valley, this article essays on the changes
they have been going through. It is concluded that the African population
came as slaves but after the abolition of the slavery, they did not stay
or territorialized in the Peruvian highlands. They just left the Andean
population the possibility of masking themselves in order to represent them
and identify themselves with the discrimination and exploitation, which in
this new century is being redened.
Keywords: Peruvian folklore, cultural integration, mestizo, traditional
dance, african history
Resumen
Abstract
DES-AFRICANIZACIÓN
EN LAS NEGRERÍAS
DEL VALLE DEL
MANTARO - PERÚ
DE-AFRICANIZATION
ABOUT NEGRERIAS OF
THE MANTARO VALLEY-
PERU
Número 14 / AGOSTO, 2021 (112-129)
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INTRODUCCIÓN
Se pueden mencionar los siguientes estudios
sobre las danzas populares del valle del
Mantaro: Quinto y Meza (2019), Ráez (2010),
Orellana (2007), Romero (2004), Domínguez
(2003), García (1997) y Vilcapoma (1995).
Todos ahondan en la comprensión histórica
y antropológica de danzas hegemónicas
considerando su importancia local y expansión
territorial. Las más estudiadas son: Waylarsh,
Tunantada, Huaconada y la Pachahuara. La
última forma parte del universo de análisis: la
negrería.
De aquí en adelante, para agrupar a este variado
conjunto de danzas que tienen como gura
en común al Negro, emplearemos el vocablo
negrerías; manifestaciones folklóricas que
tienen diversos nombres: Pachahuara (en
Acolla), Chacranegros (Huaripampa y Acolla),
Negritos (Muquiyauyo, Condorsinja, Sincos,
Huancaní, Apata, Matahuasi, Sicaya, Nueve de
Julio e Ingenio), Morenada (Chongos y Tres
de Diciembre), y Chinchilpos y Gamonales (en
Huayucachi). En los distritos de Acolla, Ingenio,
Chongos y Huayucachi constituyen la festividad
más importante, si hablamos de identidad local.
Como se aprecia en la gura 1, estas danzas se
sitúan a lo largo de todo el Valle, pero no solo
se presenta en el eje espacial o territorial; sino
también en el temporal: en el calendario festivo
anual, de principio a n.
Entre las celebraciones al Niño Jesús, e iniciando
el año con el calendario cristiano, la población
vallemantarina baila a ritmo de Huaylijía,
Fuente: Elaborado por Patricia Orihuela, 2020
Figura 1: Mapa de Negrerías en el valle del Mantaro
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Corcovado, Auquis, y negrerías. Entre estas
últimas incluimos a los Negritos de Huánuco,
Huancavelica y Huayllay (de la región Pasco)
que, debido a la migración, se ejecutan en
Huancayo, capital de la región Junín.
Siguiendo con el calendario agrícola andino,
observamos que las estas de las cruces en el
mes de mayo dan lugar a la Jija en Jauja y los
Shaphis en Chupaca. Los Shaphis incluyen entre
sus personajes a dos caporales que provienen
de la Morenada. Durante el mes patrio peruano,
julio, en Chongos Bajo y Tres de Diciembre, los
morenos, de manera similar a los Chinchilpos y
Gamonales, se enfrentan con azotes al compás de
una banda de guerra. Le siguen en importancia
a las navidades la celebración patronal a Santo
Domingo de Guzmán, San Roque y Santa Rosa
de Lima que dan lugar a diversas festividades;
entre ellas, los Negritos.
En Carhuamayo (nes de agosto, provincia
ubicada en la región Junín, pero alejada del valle
del Mantaro) como en Sapallanga (segunda
semana de septiembre) se lleva a cabo la
dramatización danzada de la captura y muerte
del Inca Atahualpa. En Sapallanga el tiempo
festivo convoca comparsas de Chonguinada,
Negritos y los Camilles (Yangali 2019). En
Todos los santos (noviembre) volverá a bailarse
la Pachahuara en Acolla, que anticipa las estas
de los pastores en las navidades.
La Pachahuara es denida como “una
representación de la población de origen
africano llegada durante el Virreinato, que
expresa y simboliza tanto los sufrimientos de los
esclavos en las antiguas haciendas de Yanamarca
como la libertad decretada por Ramón Castilla”
(Ministerio de Cultura 2015:196).
Se trata de una danza que sintetiza dos sucesos
históricos, uno opresivo que implica pasos
lentos y otro liberador y por lo mismo de pasos
jubilosos. Razón por la que Orellana (2007) al
analizar la Pachaguara la describe como una
danza que simboliza la esclavitud y la libertad
de las poblaciones africanas llevadas a trabajar
en los Andes durante la colonia.
En Chincha y El Carmen (pueblos con alta
densidad de población afrocosteña) se interpreta
la danza Hatajos de Negritos. Parra recoge el
origen que Vásquez le atribuye a esta danza
“de procedencia española, transformada por
los negros en el Perú quienes le incorporan
contenidos sobre la esclavitud, rítmica de
procedencia africana y melodías pentatónicas
de origen andino” (Parra 2006:45). Descrita
así, se trata de una danza que conserva las tres
matrices de las que nos habla Muñoz.
Muñoz (citada en Goyes 2009:127) propone
tres matrices culturales que pueden aplicarse a
las negrerías del orbe andino en general y son
producto de un largo proceso de sincretismo
festivo, en especial en el carnaval y las navidades:
La matriz precolombina con sus ritualidades
agrarias y cósmicas, en torno a la siembra,
maduración y cosecha del maíz para la zona
andina, representadas por los Chacranegros,
Chinchilpos y Gamonales.
La matriz hispánica aporta elementos como los
instrumentos musicales, el teatro, los cuadros
vivos, las pastorelas, los carros alegóricos o
carrozas y las jerarquías diferenciadoras. La
matriz africana con sus estas, sus cantos
danzados, su oralidad, la pantomima, sus cantos
responsoriales, cuadrillas y juegos de negritos
se instalan y reguran nuevas expresiones como
forma de resistencia al colonialismo y como
adaptación a las nuevas condiciones históricas.
La Pachahuara y los Negritos serían ejemplos
de estas dos últimas matrices.
Tanto Vásquez como Orellana reivindican la
contribución de la población afroandina. No
obstante, la diferencia entre ambas danzas,
Hatajos y Pachahuara, radica en el cuerpo
de los ejecutantes. La primera la bailan los
afrodescendientes (catalogada entre las “danzas
negras” por Sánchez (2010:18)) la segunda los
enmascarados mestizos e indígenas. Los últimos,
en este nuevo siglo, se vienen desenmascarando.
Quitarse la máscara, la piel negra, implicaría un
proceso de desafricanización que esencializa el
signicante de lo negro al trabajo duro y mal
remunerado.
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METODOLOGÍA
El presente estudio de reexión tiene el propósito
de analizar el proceso de desafricanización
de las negrerías en la sierra central peruana.
Estas danzas nos hablarían de una importante
presencia afrodescendiente; no obstante, según
los censos ociales, la población afroandina en
esta parte del país es mínima.
Según el Instituto Nacional de Estadística e
Informática en el censo de 2017 la población
afroperuana constituye el 3,6% del total
poblacional; en tanto que la mestiza el 60,2%.
Las regiones con mayor densidad son Tumbes
(11,5), Piura (8,9), Lambayeque (8,4), La
Libertad (7,4), Cajamarca (5,8), Ica (5,0) y el
Callao (4,8). La población afro del Perú se ha
territorializado principalmente en el norte y la
costa peruana.
En el territorio analizado en este trabajo,
Junín, los afroperuanos comprenden el 0,5 de
la población. Diríamos que afro-ascendieron
al valle del Mantaro como esclavos y después
físicamente no se quedaron; pero dejaron
al mestizo e indígena las posibilidades de
enmascararse para representarlos.
Las danzas folklóricas han sido objeto de estudio
casi exclusivo de la antropología (Vilcapoma
2013). No obstante, y en razón del pluralismo
metodológico que los mismos fenómenos
culturales exigen resulta factible un abordaje
transdisciplinar como lo sugieren los llamados
estudios culturales (García-Bedoya 2012). Por
lo mismo, entre las disciplinas que auxilian al
presente estudio tenemos la historia, el folklore,
y, en especial, la teoría teatral (Toriz 2011).
En este artículo se utilizó el método etnográco.
Durante los meses de diciembre y enero de los
años 2018, 2019 y 2020 siguiendo la técnica
de observación participante se documentó
la exhibición de estas danzas. El vestuario,
personajes, acompañamiento musical y
otros componentes de las negrerías fueron
interpretados para situar en la historia de la
representación estética andina la presencia o
ausencia de la población afro. La expectación
de las danzas nos dio a conocer signos de un
proceso de desafricanización sobre el cual se
ensaya en el siguiente apartado.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
LIBRES PARA DESHABITAR LOS
ANDES
Cuando llegan los españoles al Perú son
apoyados por los curacas huancas quienes
se resistían al dominio del imperio inca. La
historia da cuenta de tres de ellos: Apo Manco
Surichaqui (curaca de Hatun Xauxa), Apo
Manco Guacrapáucar (de Lurin Huanca) y Apo
Alaya Chuquillanqui (de Hanan Huanca).
Bajo administración virreinal, los tres curacazgos
fueron organizados en tres pueblos: Chongos
(Hanan Huanca), San Jerónimo de Tunán (Lurin
Huanca) y Santa Fe (Hatun Xauxa); este último
fue dividido en dos repartimientos; el mismo
Santa Fe de Hatun Xauxa (capital del curacazgo)
y San Miguel de Huaripampa. Territorios que
en la actualidad poseen negrerías. Hatun Xauxa
tiene la Pachahuara, los Chacranegros y los
Negritos Decentes. En Lurin Huanca están
los Negritos. El Hanan Huanca cuenta con la
Morenada, los Chinchilpos y Gamonales y los
Shaphis.
Esta administración geopolítica dio lugar a
un complejo proceso de mestizaje biológico y
cultural entre indios, ibéricos y africanos. Así
como a la gestación de pequeñas fortunas entre
sus privilegiados habitantes: jefes étnicos o
curacas y sus descendientes, y fue la gura más
destacada, Theresa de Apoalaya, para muchos
Catalina Huanca, quien vivió en el siglo XVIII y
contaba entre su fortuna la tenencia de esclavos
africanos.
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La revisión de la presencia española en los Andes
peruanos a raíz de los actos celebratorios de los
500 años, donde la conquista es redenida como
invasión, implica analizar la llegada y presencia
de los esclavos, entendiéndolos como aliados de
los invasores. Bendezú y Carhuapoma arman
que “Los esclavos negros al llegar al Perú,
también participaron en la invasión y ocupación
de los nuevos territorios que posesionaron los
españoles” (2018:69).
Sobre el tráco de esclavos en el valle del
Mantaro, en especial Jauja, Barriga (2009) ha
documentado las rutas, el origen o procedencia,
el volumen de venta, entre otros datos de una
signicativa población afroandina con la que
se tracó entre los pueblos indios de esta parte
del virreinato peruano. Tráco similar a los que
aconteció en Cusco, Cajamarca y Lima.
En el tráco de afroandinos al interior
del virreinato peruano, desempeñaron un
importante rol los corregidores y religiosos
(mayoritariamente franciscanos) ante la alta
demanda de mano de obra esclava, en especial
en el siglo XVII en razón a las minas de plata
situadas en Huancavelica. Un siglo complicado
para la trata negrera debido al “colapso
demográco indígena” (Barriga 2009:10).
El virreinato se abastecía por el norte con
esclavos procedentes de Panamá y por el
sur con el tráco que se iniciaba en Buenos
Aires y llegaba hasta el Cusco. En este punto
considérese el origen de uno de los personajes
de la Tunantada, danza que se realiza paralela
a los Chacranegros, el Argentino o Tucumano.
Así como este personaje, de paso por el valle,
las danzas andinas han incorporado en su
imaginario festivo a muchos otros foráneos.
En el pueblo de Concepción (antes Lurin Huanca/
San Jerónimo de Tunán), los franciscanos
organizaron su principal centro misionero, el
Convento de Ocopa. Es de suponerse que los
poblados situados alrededor del Convento
estuvieron habitados por población venida de
África. En los actuales distritos de Matahuasi,
Ingenio y Nueve de Julio que circundan al
Convento se bailan negrerías. Acompañando a
los religiosos los esclavos afroandinos también
se adentraron a la selva; de ahí que se hable
de población negra integrando el ejército del
rebelde Juan Santos Atahualpa (Barriga 2009).
En las rutas negreras del valle de Jauja, Barriga
mapea un intercambio comercial que de norte
a sur incluye las provincias de Huánuco, Lima,
Chincha, Ica, Huancavelica, Junín, Huamanga,
Andahuaylas, Cusco y Córdova (Argentina). En
cada uno de estos lugares si no se hallan, a la
fecha, un asentamiento de población afro como
en Chincha e Ica sí se escenican negrerías. El
orbe centro andino en las regiones de Áncash,
Huánuco, Huancavelica, Junín, Ayacucho
y Andahuaylas no tiene una signicativa
poblacional afroperuana, pero sí negrerías.
Si bien la mayoría de los esclavos provino de
África, muchos de los que están registrados
en el comercio son criollos; esto es, nacidos
en tierras del imperio; por lo que es factible
hablar de afroandinos nacidos en el valle del
Mantaro. Entre 16 y 25 años tenían los esclavos
al momento de ser vendidos y coincide con la
edad en la que los danzantes, de la mayoría de
las negrerías actuales, se disfrazan, enmascaran
y bailan.
Los danzantes de los Negritos de Huánuco,
Huancavelica, de la Pachahuara y de la
Morenada son adultos o mayores de 25 años. En
razón al costo que demanda solventar la esta y
que se ha incrementado debido a la contratación
de bandas de músicos en vez de las orquestas
típicas.
Según Bowser (citado en Barriga 2009:20) el
contacto sexual entre la población indígena y
la africana fue controlado y penalizado. “(…)
hubo fuertes sanciones como recibir 100 azotes,
mientras que la negra recibía 10 azotes. En caso
de reincidencia se le castraba al varón y se les
cortaba las orejas a las mujeres”.
Siguiendo esta lógica, la tenencia de esclavos
por parte de los indios estaba prohibida, así
como que los negros habitasen los pueblos
indios. Pese la prohibición, la unión entre estos
dos grupos étnicos dio origen a las castas y por
ende a una importante población mestiza afro-
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andino-criolla.
El que Jauja, en el siglo XVII, se convierta en
un lugar para la compra de esclavos, nos habla
del estatus socioeconómico de sus propietarios,
también del enraizamiento y territorialización
del negro en el imaginario andino. Fue entonces
cuando se difundió el decreto de abolición
de la esclavitud que la población afroandina
abandonó el valle.
A Huancayo, ciudad que forma parte del valle
del Mantaro junto a Jauja y Concepción, se
le reconoce haber sido aquella en la que el
presidente Ramón Castilla declaró la abolición
de la esclavitud. En las últimas décadas del siglo
XVIII e inicios del XIX, los criollos organizaron
la independencia del dominio español. En
sus ejércitos la presencia de la población
afroamericana fue crucial para ulteriormente
negociar su libertad. Téngase en cuenta la
demografía limeña que “a nes del siglo XVIII
algo más del 50% de pobladores eran negros y
de sus ‘castas’” (Romero 2019:490).
Con el triunfo de los criollos sobre los hispanos
se produjeron disputas internas que cesaron
cuando quedaron conguradas geopolíticamente
las naciones que hoy conforman Latinoamérica.
En los ejércitos se enlistó la población de color
que además de servir a sus amos blancos estuvo
negociando su libertad.
El 31 de octubre de 1854 llega a Huancayo
Ramón Castilla y vence a su opositor Echenique
en la batalla del cerro de Cullcos, llamado hasta
la actualidad El Cerrito de la Libertad. Durante
su estancia en Huancayo, Castilla emitió el
3 de diciembre de 1854 el decretó que abolió
la esclavitud en territorio peruano (Varallanos
2016). En razón de los benecios de este decreto
y de otros factores asociados la población
afroandina abandona el valle.
Alarco (2010) sugiere que la Ley de libertad
de esclavos negros dio lugar al nacimiento de
las negrerías, por lo que podría inferirse que
inicialmente fue ejecutada por afroperuanos. En
la actualidad no se tiene un poblado centro andino
territorializado por los afrodescendientes. Pero,
en el imaginario festivo se les hace presentes.
La esta recuerda su paso por estas tierras,
sus cuerpos abusados, su lengua extranjera, su
alegría orgiástica que en el estado de embriaguez
desencadena aquel primigenio desenfreno en
el que los cuerpos ennegrecidamente vivos
resisten el paso de la historia.
DEVOCIÓN A LO NEGRO
La performatividad de las negrerías se erige ante
el dominio del español y luego del criollo, como
mecanismo de parte de la población indígena,
de asimilación y negociación de un lugar en
la República. Se apropia de la adoración y se
sitúa detrás de la piel (máscara) de los que
originariamente la bailaron.
Un caso más complejo sería el de los Negritos de
Huayllay (Pasco) una danza de oculta adoración
a Taitajirca y Mamapacha (Ministerio de Cultura
2013). La asimilación del credo cristiano
es producto de un largo proceso teopolítico.
La iglesia católica, para que lo asimilado se
conserve y se expanda, fomentó la organización
de cuadrillas y comparsas de devotos.
La condición migrante del adorador de color se
rearma en el siguiente relato de las negrerías
huancavelicanas, danza ilustrada en la gura 2:
“Traemos un beso para las serranas solteronas,
así fueren barrigonas, un abrazo fuerte para
cada vieja vanidosa, una esperanza para cada
viuda, y dos uvitas maduras y jugosas para
cada muchacha quinceañera” (Ordaz y Tardío
2014:34).
Prosa erótica que describe las estereotipadas
preferencias físicas más que de los negros, de los
mestizos que bailan. En otro pasaje rearman su
supuesta procedencia costeña “De allá traemos
el vino que es zumo de la uva /Y aquí tomaremos
el vino, zumo de la coronta (Chicha)” (Ordaz y
Tardío 2014:36).
Versos que conrman la naturaleza
peregrinatoria del baile y dan indicios de haber
sido interpretados, en sus orígenes coloniales,
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por población de color (Romero 2019). Millones
(2010) recoge el testimonio de un bailante de
negros de Otuzco, en Trujillo, quien cuenta
que llegaron a dicho poblado escapando de sus
explotadores, y fueron auxiliados por la Virgen
a quien ofrendan sus cadenas.
En sus versos, los Negritos huancavelicanos
armonizan el encuentro afroandino, y el costeño-
serrano. La negrería es, por tanto, una expresión
dancística más que del migrante afroandino, de
los igualmente migrantes, mestizo e indígena,
que viajan a la costa y retornan a su pueblo para
pasar la esta y narrar sus penurias de trabajar
como negros.
Fuente: Fotografía del autor, 2019
Figura 2: Los Negritos de Huancavelica en la
ciudad de Huancayo
De acuerdo con Bendezú y Carhuapoma (2018)
los Negritos de Acoria parodian a danzantes
andrajosos, sedientos, hambrientos y cansados
quienes en los extramuros de la ciudad cuentan
sus penurias a los primeros pobladores que
salen a su encuentro. Las versiones de Negritos
de Huancavelica y Acoria rearman el carácter
migratorio. La de Acoria pone el énfasis en
la dureza de la travesía y en el trabajo que
les espera después del periodo de adoración,
mientras que la huancavelicana se centra en la
esperanza religiosa de ver al niño perdido.
El viaje es complicado y los negros logran
encontrar al Niño; no obstante, la búsqueda y el
viaje resulta, al nal de la esta, infructuosos,
porque en el despacho o despedida los negritos
se lamentan ante la nueva desaparición del Niño.
Pero la búsqueda del Niño y la misma esta
patronal son pretexto para el regocijo, para el
reencuentro, para el desafuero. La adoración
solo justica el contemporáneo permiso laboral.
Entre dos horizontes se han concebido las
negrerías: personicar la adoración del negro
y su trabajo esclavizante. Al ser ejecutadas
en tiempo de licencia, el descanso navideño
anticipa el carnaval. En una sociedad capitalista
como la nuestra, la adoración religiosa y
patrimonializada es el motivo perfecto para
arrebatarle al Estado o a los empleadores días
de relajamiento. Descanso y relajamiento
presentes en los orígenes de la danza:
Los negros llegaron [a las minas de
Huancavelica] posiblemente en los últimos
días del mes de diciembre. Para el español
el año nuevo era fecha de guardar, por
esta razón se les da un descanso y licencia
a los negros esclavos soltándolos de sus
grilletes. Ellos aprovecharon de esta
libertad momentánea para festejar el año
nuevo, beber y bailar, deslumbrando a
los lugareños con sus danzas y piruetas
al mismo tiempo confundiéndose con
los acorianos. (Bendezú y Carhuapoma
2018:17)
Al llegar al valle del Mantaro, las negrerías
suman su sentido histórico:
Simboliza la esclavitud y la libertad
de las poblaciones africanas llevadas
a trabajar en los andes durante la
colonia. La danza Pachaguara, que
se traduce como está amaneciendo,
representa en su primer momento,
de interpretación de pasos cortos y
movimientos pausados, la marcha con
cadenas del esclavo; y en su segundo
momento, de desplazamientos rápidos
y movimientos ligeros de brazos y pies
acompañados de pequeños saltos, la
alegría de los mismos al descubrir que
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la libertad ha llegado. (Ordaz y Tardío
2014:21)
En la Pachaguara, ilustrada en la gura 3, los
dos periodos históricos se fusionan: el colonial
y el primer siglo del Perú independiente. Al
trabajo y la adoración, se le suma el carácter
político de la danza: la libertad del esclavo. Dos
horizontes se fusionan: la adoración religiosa
colonial y la exaltación cívica (ante la abolición
de la esclavitud) de la naciente república
independiente. La celebración monárquica-
religiosa le cede la posta a la criollo-patriótica.
Un informante dice: “ya cuando fue pasando el
tiempo, ya pues el comercio de esclavos ya cesó,
terminó y acá no había negros que bailen, por
eso es que se empieza a usar la careta (Máscara)”
(Ordaz y Tardío 2014:45). Concretada la
independencia y decretada la abolición de la
esclavitud, la población afroandina abandona los
Andes. Tanto el mestizo como el indígena dejan
los Andes, fabrican con sus manos los rostros
del color ausente, las máscaras de humanidad
afroandina, se disfrazan con ellas y adoran.
Aquellas negrerías que exclusivamente aluden
a la adoración tendrían un origen colonial
y de legitimación católica, mientras que las
que narran el impacto de la abolición de la
esclavitud tendrían sus orígenes en festividades
republicanas; de ahí sus rasgos militares.
Se tienen registros de la instalación del carnaval
durante la colonia, y también de la participación
de los Negritos. Carnaval que implica el uso de
la máscara y consecuente reemplazo del cuerpo
del negro. El enmascaramiento de parte de los
ejecutantes de las negrerías data del periodo
decimonónico. En el análisis que realiza del
carnaval de Negros y Blancos en Colombia,
Goyes (2009) da cuenta de un enmascaramiento
de negritos a nes del siglo XIX, especícamente
en 1887.
Los Negritos retornan enmascarados como
parte de una clase o grupo social no afro, pero
que lentamente se ha apropiado del legado
subalterno de este. ¿Por qué lo hicieron? Una
plausible hipótesis sería que fue el mecanismo
para aproximarse al poder que era benévolo con
las expresiones afro frente a las estigmatizadas
por la iglesia católica en las que el mestizo
fue concebido; esto es, en tradiciones, danzas
y prácticas idolátricas del orbe andino. Esta
primera etapa caracterizada por la africanización
del mestizo será resignicada en las negrerías
del siglo XXI.
Fuente: Fotografía de Patricia Orihuela, 2020
Figura 3: Comparsa de la Pachahuara
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ORGULLOSO ME
DESENMASCARO
Hasta la fecha (2020), las negrerías de Junín
certicadas como patrimonio cultural son la
Pachahuara y los Negritos de Ingenio. No están
patrimonializadas los Chinchilpos y Gamonales,
los Chacranegros, la Morenada y demás
negrerías. La importancia de todas responde
al mismo mecanismo de hegemonización: la
exhibición del progreso económico de sus
artíces.
El capitalismo contemporáneo o
tardío no podría ser denominado
como constitutivo de una civilización,
en el sentido de un orden simbólico
que proponga metas colectivas, sino
un orden imaginario en el que cada
individuo compite con los demás por
ser amado por el Otro (los demás) en
busca de reconocimiento y éxito. Se
constituyen así en súbditos del Otro,
súbditos del brillo social en los términos
preestablecidos por el mercado. (Vich
citado en Aliaga 2012:18)
Este brillo social si bien Aliaga lo sitúa en la
tardomodernidad; en el caso peruano abreva de
fuentes coloniales. La ostentación de quienes
pasan la esta actualiza y legitima la herencia
colonial que reconoce privilegios sostenidos
en los títulos y herencias por encima de las
competencias que acrediten estos títulos, de ahí
la impronta de exhibirlos como lo hace la negra
de la gura 4.
Las negrerías han incorporado sistemáticamente
nuevos personajes; quienes al mismo tiempo
que actualizan la devoción al disfrazarse de
cachacos, curas, doctores, venezolanos, etc.,
reejan complejos procesos de inclusión social.
Participar en la esta implica ser aceptado y, por
ende, incluido. De este modo toda la sociedad
se ve representada en los actos de devoción
religiosa o cívica.
Los trabajos revisados (Ordaz y Tardío 2014;
Palacios 2017; Vásquez 2010) insisten en
la importancia de las danzas para generar
identidades locales. Resulta emblemática, por
ejemplo, que la danza que identica a toda la
región huanuqueña sea los Negritos. Huánuco es
una región que se caracteriza por su diversidad
social y cultural y en la que no se registran
poblaciones afroandinas territorializadas.
Palacios contabiliza cerca de quince etnias
que cohabitan dicha región y solo una de las
tradiciones dancísticas, los Negritos, se erige
como símbolo de identidad regional.
Fuente: Fotografía de Patricia Orihuela, 2019
Figura 4: Negra Cachimba ostentando en su faja su liación institucional o laboral (Fuerza Aérea
del Perú). Pachahuara en Acolla
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La esta como fenómeno complejo implica
mecanismos sociales y económicos de
negociación, pero también procesos de
imposición en los que la posesión o propiedad
sobre los medios de difusión cultural resulta
determinante. Para lograr privilegios que la
popularidad y el prestigio otorgan las agencias
más apropiadas son las escuelas y los medios de
comunicación; modernos centros de formación
de identidades. La importancia de participar en
la esta es otro factor. La posibilidad de narrar
un pasado de humillación que se transforma
en ostentación gloriosa. En ese sentido las
negrerías fusionan horizontes históricos y
proyectos colectivos e individuales.
Los Negritos de Huancavelica, Huánuco y la
Pachahuara de Acolla son herederos de la
colonia no solo por su centralidad en la devoción
religiosa sino también por actualizar la idea
de participar en la esta como mecanismo de
prestigio e inclusión identitaria; aunque las
fechas de creación de las cofradías que hoy
organizan la cuadrilla sean de inicios del siglo
XX. En Huánuco la Asociación de la Cofradía
de Negritos de Huallayco y El Patrocinio,
considerada la más antigua, es de 1909.
El indigenismo político y cultural de la primera
mitad del siglo XX, movilizó innovadoras y
modernas propuestas que permiten entender la
vida nacional, en especial las del orbe andino.
El hecho que, en las primeras décadas del
siglo XX, en Huánuco se conformen las más
importantes cofradías responde a esta dinámica
cultural.
El que las fechas coincidan con la gestación de
instituciones de negrerías en las otras regiones
como Huancavelica y Junín (la Sociedad
Folklórica de los Negritos de Ingenio en 1927,
por ejemplo) nos habla de un expansivo interés
de parte de la población mestiza, principalmente,
por personicar al afroandino. Se representa el
paso histórico de la presencia negra en estas
regiones andinas y hace hincapié en su herencia,
el baile de adoración, mecanismo del que ahora
el poblador mestizo-indígena se ha apropiado.
Palacios alerta a sus paisanos sobre el cuidado
de la danza, Negritos de Huánuco, y “no pierda
su originalidad, ni sus atributos centrales”
(2017:5). La originalidad de las negrerías tiene
que ver con el implícito deseo de recuperar
y conservar actos coloniales de raigambre
religiosa católica en cuerpos desafricanizados.
Es decir, en sujetos (mestizos e indígenas)
instalados en la modernidad. Estos, en las
celebraciones del primer centenario de
independencia, procuraron negociar ciertas
condiciones de privilegio; además de ser
incluidos en una nación que la élite criolla
construyó patrimonializando las costumbres y
usanzas de los afrodescendientes: su marinera,
su gastronomía (los anticuchos, por ejemplo), su
música (el cajón) entre otros productos, símbolo
de lo peruano.
En la costa, territorio privilegiado por el
criollo y la élite peruana, el interés musical y
dancístico incluye expresiones afroperuanas
como la zamacueca, marinera, el festejo, etc.
El interés por los Negritos en las regiones
aledañas al poder capitalino (Huancavelica,
Junín, Pasco, Huánuco y Ancash) con reducida
o nula población afroandina conlleva una
estrategia de bordear el territorio del poder
político e identicarse con aquellos que,
pese a ubicarse en posiciones marginales,
obtuvieron antaño la condescendencia del amo.
Se asumen festividades afro con las cuales el
criollo compartía desde la colonia un territorio
doméstico más próximo que al andino.
Uno de los primeros estudios de la danza de
los Negritos de Huánuco fue el elaborado por
Pulgar-Vidal en 1935. El interés de Pulgar-
Vidal (1979) se circunscribe en exhibir a la élite
criolla de Lima una danza cercana a sus prácticas
culturales. En otras palabras, las negrerías
pueden ser entendidas como una estrategia de
vestir con un color de piel menos ajena al poder
y más sensible a este para que, quien gobierna
la nación, se vea seducido y/o compadecido por
la enmascarada devoción.
Durand (citado en Parra 2006:28) se pregunta:
“¿acaso no son los negros de la costa por
ventura quienes han preservado y han
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mantenido hasta nuestros días muchas de las
viejas tradiciones españolas?”. Postura que se
ha visto entredicha por Nicomedes y Victoria
Santa Cruz, para quienes las danzas negras nos
remontan a la memoria de origen africana. La
cercanía del afro-costeño al territorio del poder
genera sin duda percepciones como las de
Durand.
En la actualidad, estas dos perspectivas respecto
a la cercanía del afro-costeño a la élite criolla
no se han resuelto. Los artistas afroperuanos
al rescatar lo que ellos denominan folklore
negro, en unos casos (como la propuesta de
los hermanos Santa Cruz) resaltan la matriz
cultural africana; y en otros (como José Durand)
destacan la matriz colonial española.
El que la élite criolla se haya apropiado desde
inicios de la República del folklore afro-
latinoamericano refuerza posturas como las de
Durand e impulsa el resurgimiento, continuidad
o expansión de las negrerías en el orbe centro
andino. Para Ardito (2014) la legitimidad e
ilegitimidad de las negritudes, en la segunda
mitad del siglo XX, se dan en un escenario
de identidades, alteridades, reivindicaciones y
negaciones.
El impacto de Black Power, entre otros
movimientos reivindicativos y de lucha
sociopolítica impulsó la autoadscripción del
afrodescendiente, quien como los Santa Cruz se
han ido identicando como tal y desligado de la
tutela del criollo.
Articulándose en torno a una identidad
afrodescendiente que se denía, más
allá del color, en la autoadscripción…
una nueva identidad política [la
negritud] con el propósito de incluir a
las personas de ascendencia africana de
todos los colores a pesar de una innidad
de diferencias. (Ardito 2014:228)
Ardito explica así la lucha que enfrentaron
los afro-chilenos, asentados en Arica y Azapa,
por su legitimidad en tiempos en los que la
peruanidad (el conjunto de manifestaciones
culturales afro e indígena) era entendida por
la élite chilena como ignorancia durante la
chilenización entre el siglo XIX y la primera
mitad del XX, de este territorio otrora peruano.
La negación de sus matrices indígena y negra
indujo a la autonegación identitaria (Ardito
2014).
En este abanico de identicaciones con lo
afro se critican las denominadas lubolas
uruguayas que: “Paradójicamente reivindicaban
simbólicamente su negritud ancestral, cuando
en realidad solo eran tomados en cuenta como
objeto de sátira y exotización sexual” (Ardito
2014:242). Los argumentos de Ardito nos
llevan a proponer la necesidad de decolonizar
el entendimiento mestizo de la negritud que
permita entender las formas y texturas de la piel
de un modo diferente a como sus pares blancos
y criollos lo entendieron.
Blum (citado en Schneider 2007:164-165)
precisa: “Inicialmente, a los mestizos
descendientes de los españoles y de los
indígenas con vínculos con la nobleza, es decir,
a los mestizos legítimos, se les reconocían los
derechos correspondientes”. Sin embargo, de
manera gradual se genera una estigmatización
hacia todos los mestizos, considerados como
vástagos ilegítimos, y a quienes se atribuía
características negativas como la depravación
y la perversidad, resultado de la mezcla con
sangre indígena.
Excluidos de las instituciones y los puestos
públicos, los mestizos desarrollaron estrategias
de supervivencia. Parte de ello fue la
revalorización biológica, es decir, el proceso de
blanqueamiento que permitiría aproximarse a la
clase dirigente de españoles y criollos in terms
of becoming more urban, more Christian, more
civilized” (Schneider 2007:164-165).
Para el español, y en sí para el
pensamiento heredero de la colonia
las diferencias que lo distanciaban
del indígena no eran meramente
fenotípicas sino también había carácter
y comportamientos intrínsecos a cada
grupo. De acuerdo al pensamiento de
la época, existía una compaginación
entre raza y conducta, de manera que
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cada persona transmitía por herencia
las cualidades o defectos inherentes a
su color de piel. Aun cuando se haya
otorgado a los indios y negros igualdad
civil y política. (Pita 2015:68)
En la República, el criollo blanco instalará la
sobrevaloración de sí mismo. La categoría
criollo en Sudamérica posee connotaciones
positivas, pues son los blancos nacidos en
este continente. Son los detentores del poder
una vez independizados de los españoles. Sus
expresiones, creaciones y conductas culturales
como la música, la comida y la viveza son
valorados positivamente. Lo criollo en el Perú
ha sido fuente de contradicciones, pero, sobre
todo, en tanto sector dominante después de la
independencia, el principal eje identitario de lo
peruano (Aliaga 2012).
Durante su adaptación cultural, los mestizos
más cercanos a la piel indígena asumieron el
racismo estructural. En consecuencia, primero
negaron u ocultaron su origen indígena,
procurando asumir el comportamiento de los
blancos, cuyos valores servirían de orientación.
En el siglo XX se producirá la paulatina, aunque
lentísima, integración de los mestizos a la
sociedad peruana.
Su emergente economía e inclusión en el
sector profesional y burocrático, así como en
puestos decisivos de gobierno como el ejército
y la universidad les permitió desempeñar un
rol reivindicador de su condición mestiza,
por lo que situaron lo negro en la colonia y
lo mestizo en la dinámica de una sociedad
moderna e incluyente. Los mestizo-indígenas
son los nuevos tecnócratas, jefes militares e
intelectuales, responsables de la modernización
del Estado, que no pertenecen a la clase oligarca
blanca y de abolengo (Schneider 2007).
Las negrerías de raíz colonial como las de
Huancavelica y Huánuco proponen aligerar el
signicado de la epidermis negra, suavizarla
vistiéndola de un aura de adoración. Mientras
que las danzas del valle del Mantaro reivindican
y destacan su participación del afroperuano en la
lucha por la Independencia y la Guerra con Chile
y simultáneamente, procuran desprenderse de la
piel negra para mostrar el ego de su propia piel,
su prestigiosa inserción en la cultura y economía
nacional.
HACIA LA (DES)
AFRICANIZACIÓN
Romero (2019) nos habla de la participación
activa del negro, en especial del ladino, en
las celebraciones coloniales. Precisa que en
el rmamento folklórico americano lo afro
fue antecedido por el Son de los diablos y las
mojigangas peninsulares. Pancho Fierro pintó
el Son de diablos y dio a conocer las tradiciones
limeñas del siglo XIX.
Según Ortiz (citado en Romero 2019:478), el
término mojiganga designó en el Perú y demás
países de habla española a “la esta pública en
la que los negros tuvieron un papel principal”.
Y fue, en la colonia, el Corpus Christi la esta
principal. La prohibición que, en el siglo XVII,
se hiciera de representar los autos del Corpus en
carros y al aire libre fue determinante para que
las mojigangas desaparecieran progresivamente
de la festividad popular peruana. Suceso que
lleva a Romero a sugerir que las negrerías
son piezas desprendidas de una estructura más
amplia, esto es de la mojiganga colonial.
Las negrerías conservan el fervor religioso de
los afroperuanos de la colonia y los ridiculiza.
Los hacen parte de la tragedia histórica peruana
y aprovecha la potencialidad de su signicante,
negro, para mostrar su presente mestizo-
indígena.
Las mojigangas también formaron parte de los
espectáculos folklóricos de las navidades con
“mascaradas grotescas” (Romero 2019:479).
Se disfrazaban por lo general de animales,
interpretaban instrumentos musicales ruidosos
y empleaban el látigo para instalar el orden.
Las actuales negrerías del Valle del Mantaro
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conservan el patrón jerárquico colonial: son
encabezados por un presidente quien viste una
banda que lo designa, seguido por cuadrillas de
danzantes (los negros) que son controlados por
caporales.
Los Negritos del Niño Perdido en Huancavelica
escenican la llegada de los negros desde
la costa: traen sandías, uvas y mangos.
Acompañados de María Rosa o Marica y del
Huajra senja o patrón con máscara de rostro
español quien junto al Caporal (enmascarado de
negro) leen los maniestos o bandos en los que
explican el motivo de su viaje.
Durante la festividad central cada personaje canta
salmos al niño Jesús, se exhiben así múltiples
texturas (frutos, máscaras, bandos, etc.) con las
cuales los negros evidencian haberse apropiado
de la escritura y otras posibilidades de dejar un
registro, un legado, un archivo.
En las negrerías se tienen otros personajes
que son resignicados o suprimidos en cada
variante. Veámoslos, siguiendo como patrón a
los Negritos huancavelicanos:
−Caporal: negro letrado, por lo general lector
y autor de los maniestos o bandos, capataz
y en algunas variantes esposo de María
Rosa, posee el tronador (látigo de cuero)
con el que abre el paso para que ingresen los
negritos. Calza botas de montar, signo de su
jerarquía. En la danza de Negritos de Ingenio
no se tiene propiamente un Caporal, sino a
los contadores, quienes cumplen funciones
similares.
En la Morenada la jerarquía entre los negros es
militar y los rangos los poseen según su tiempo
en el cuartel, existiendo rangos de Mariscal,
teniente, etc. Otra función de los caporales es la
de disciplinar a los más osados. Los caporales
ocupan posiciones de vanguardia como de
retaguardia de la cuadrilla.
−Mayica, Mallica, Marica o María Rosa es
la mujer de las negrerías interpretada por
varones. Viste máscara de negra jetona.
Resalta la voluptuosidad de su cuerpo. En
Acoria, Huancavelica, se le atribuye el
“cuidado de los más ancianos, enfermos…
junto a ella llega también el Lata macho
(Bendezú y Carhuapoma 2018:56). El Lata
macho es el negro más pobre y su presencia
resalta la jocosidad del baile.
En las variantes huancavelicanas a la Mayica le
asignan las labores domésticas. En las negrerías
del valle del Mantaro la Mayica seduce y
asegura el goce sexual de los negros. Romero
(2019) asocia a la Mayica con la Culona
cubana; el Marica de la Navidad bogotana y
con personajes hermafroditas en algunas danzas
afro-guatemaltecas contemporáneas.
En los Negritos de Muquiyauyo se tiene una
o varias mayicas, interpretadas por mujeres,
quienes visten seductoramente con minifaldas
y velo. En Condorsinja las mayicas son
personicadas tanto por varones como por
mujeres.
La negra Marica es la que más resalta por su
desenfreno. En su recorrido y acompañamiento
a los negros bromea con los desprevenidos
espectadores. Una leyenda huancavelicana
narra su origen:
La hacienda de Chincha era gobernada por
un español, que se conoce como el “Branco
Caporal”, y tenía como concubina a una
negra, la negra “María Rosa”, producto
de este concubinato entre ambos, es que
tienen los hijos que todos son los negros.
(Ordaz y Tardío 2014:44)
Este origen de leyenda reactualiza la visión
estereotipada de la negra fértil; estigmatización
colonial que enfatiza el origen bastardo de
los negros criollos. Aclara el origen de los
afroandinos quienes llegaron con los españoles
y se sintieron más seguros al lado de los hijos de
estos: los criollos blancos.
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−El Negrito o Negro suele hablar Narama (en
Huancavelica) u otro idioma que resalte su
procedencia extranjera. En Huancavelica
sus caretas destacan sus labios negros a
diferencia de los labios carmín de la Marica.
Los negritos son la tropa, la cuadrilla, la
colectividad subalternizada e indiferenciada
que evidencian su resistencia, fuerza, valentía
y versatilidad como danzantes.
−El negro Malambo, en los Chacranegros de
Huaripampa, es un negro de mayor rango
frente a los demás negros a los se les calica
de blutos o blaschucos. Suele seducir a la
Mallica y tener sus encuentros sexuales con
ella cuando los caporales y el mismo patrón
están distraídos o embriagados.
En las variantes de los pueblos de Jauja
(Condorsinja, Muquiyauyo y Acolla), en estos
últimos años se han incorporado personajes
como Doña Pepa (ícono publicitario de la
población afro ilustrada en la gura 5), la
Muerte, y otros provenientes de los medios de
comunicación masiva.
Fuente: Fotografía de Patricia Orihuela, 2019
Figura 5: Mayica vestida de Doña Pepa,
Chacranegros de Condorsinja
Algunas negrerías del centro andino nos
presentan al negro ancado en la colonia y
en los valores que esta signica: la virtud de
la sumisión exigida por la iglesia católica.
Cuando el danzante se desenmascara emerge
el representante de los tiempos actuales, del
progreso, del desarrollo, del emprendimiento.
Performativamente este desprendimiento de la
piel negra se ha resuelto en los Chacranegros de
Acolla, danza que solo conserva el signicante,
negro, y que alienta una franca desafricanización
de todos sus personajes. De este modo se acerca
a las mojigangas contemporáneas no actuadas
por afrodescendientes.
En sus orígenes los Chacranegros se
enmascaraban, con el paso del tiempo solo se
embetunaban o maquillaban. En la actualidad
conservan el capote, pero ya no se enmascaran
ni pintan. Hoy, en el lugar de las máscaras de
negros se encuentran disfraces del Rey León,
zombis, etc. o simplemente no se emplea
máscara alguna, como se aprecia en la gura 6.
Se conserva el sentido estereotipado, sintetizado
en el capote y las alegorías laborales del trabajo
del negro: minero, agricultor, barrendero. Las
negrerías refuerzan estereotipos negativos de los
negros y mestizos, quienes al desenmascararse
pueden marcar su distancia respecto de quien
antes de la esta tomaran ya su cuerpo.
Fuente: Fotografía de Marcial Yangali, 2019
Figura 6: Chacranegros y Mayicas de Acolla
Los negros simbolizan un cuerpo “de eterno
extranjero” (Schneider 2007:166). El mestizo
al vestir con otras texturas como homosexuales,
venezolanos, etc., resignica la extranjería del
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negro (ver la gura 6). Schneider, reriéndose a
la esta de Mama negra en el Ecuador concluye:
“La esta no se reere a los humanos, a los
negros, sino al acto de liberación de la esclavitud
en sí mismo” (Schneider 2007:166).
En las negrerías andinas de los siglos XX y XXI
los cuerpos de los danzantes no hacen presente
el cuerpo del negro; solo su espectro colonial.
Nos narran la independencia, la victoria contra
Chile, la libertad de los esclavos, pero no del
negro, sino de ellos mismos, de los mestizos.
Se trata pues de ofrecernos signicantes cuyo
sujeto de la experiencia ha sido descorporeizado,
desafricanizado.
Si bien no sobrevaloran su pasado indígena,
se colocan una “supercie de identicación”
(Schneider 2007:168), la negra, que pueda ser
violada, como la Mayica en los Chacranegros;
que debe ser azotada y disciplinada, como
en los Chinchilpos y Gamonales. Frente a la
viveza y abuso del criollo las posibilidades de
la transgresión serrana, indígena y nativa se ven
imposibilitadas.
El mestizo alberga en su seno una identidad
segregacional, un anhelo de pureza que le
permita el dominio y la hegemonía, cuando
menos en lo cultural. Este proceso de
blanqueamiento o búsqueda de la pureza tiene
que ver en Latinoamérica y en especial en el
Perú, con el acriollamiento del mestizo, del
nativo y del indígena:
El acriollamiento puede ser leído de
modo complementario no solo en el
plano de la adquisición (e impostación)
de características performativas
propias del criollo, sino como un
proceso ciertamente más complejo,
que apuntaría a señalarlo como un
mecanismo de movilidad social
ascendente; en este sentido, el acento se
coloca en la posibilidad de movilidad
del sujeto a partir de la adopción de
determinados patrones culturales.
(Aliaga 2012:60)
El mestizo se sabe occidentalizado y tiene
dos dispositivos que el Estado ha puesto a su
favor: la educación y los bienes culturales.
La construcción del mestizaje excluye a los
sectores que no se identican como tales: las
comunidades nativas, poblaciones indígenas y
los afroperuanos circunscritos en una realidad
estática, arcana, aunque matricial.
CONCLUSIONES
El signicante negro es protagonista de las
navidades en valle del Mantaro. Forma parte de
la identidad local que renueva el sentido tanto de
su esclavizante trabajo como de su liberación.
La abolición de la esclavitud motivó en la
población afroandina la desterritorialización de
la sierra; pero su legado quedó plasmado en el
imaginario dancístico de mestizos e indígenas.
Entre la ruda travesía del migrante y su
esperanza religiosa, entre realizar el trabajo
subalternizador y el acto religioso; las
negrerías han optado por sincretizar horizontes,
apropiándose del legado subalterno del negro a
partir del enmascaramiento.
Subyugados por el valor del brillo social
los mestizos, protagonistas de las negrerías,
legitiman la herencia meritocrática, revalidan el
espectro colonial religioso, y al mismo tiempo
impulsan su propia libertad al traslucir su nueva
posición en las esferas de poder.
El progresivo desenmascaramiento de lo negro
en las contemporáneas negrerías permite a los
ejecutantes distanciarse del signicado histórico
y epidérmico de lo afro, para vestir la piel de
modernos sujetos igualmente extranjeros.
DECLARACIÓN DE CONFLICTOS DE
INTERESES: Los autores declaran no tener
conictos de interés.
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