Diana Gladys Barimboim
decodifica si su llanto es por hambre, frío o sueño,
etc., y así el niño incorpora el discurso materno, el
lenguaje y da una significación a lo que le acontece
en el cuerpo biológico, que poco a poco pasa a ser
un cuerpo subjetivado y singular.
Para que ese cuerpo al nacer se constituya como
ser humano, requiere necesariamente de una
acción, del pensamiento y el deseo de un Otro,
que le impone el ingreso a la cultura, lo introduce
en el universo simbólico del lenguaje, le significa
el mundo. La madre perturba la función orgánica
para promover la función de un cuerpo humano,
para lo cual el cuerpo biológico necesariamente
tiene que perder la total libertad (por ejemplo,
en el destete, en aprender a comer, el control de
esfínteres, etc.).
Esta violencia es necesaria, legítima y fundante
del psiquismo del bebé. ¿No es acaso un acto
de violencia imponer una identidad (nombre y
apellido, linaje familiar, lugar de nacimiento)?,
pero es innegable que, sin esos actos, el cachorro
humano no sería un sujeto miembro de la cultura.
El niño, desde antes de nacer y en un tiempo
posterior requiere para su constitución de
una relación asimétrica con sus progenitores
con quienes tiene un vínculo de dependencia.
Esta sumisión a un Otro es constitutivamente
necesaria. Es decir, que los padres tienen autoridad
sobre el niño, y desde su concepción lo limitan
(eligen su nombre, la pertenencia a determinada
configuración familiar, la lengua materna, el núcleo
social de pertenencia). Esos mismos límites son
los que determinarán luego su ser y sus posibles
elecciones futuras, autónomas y libres.
Para seguir con esta línea de pensamiento, en el
presente artículo, se asume que el autoritarismo de
los padres, no es necesario, refiriéndose al hecho
de que cuando el niño desarrolla la capacidad
de pensar y significar el mundo en el proceso de
crecimiento, si la madre/padre no lo respetan e
imponen significados propios, violentan el sentido
que el hijo da a la realidad que lo circunda.
En síntesis, así como la violencia primaria es
un proceso constitutivo del Yo para favorecer la
autonomía; la violencia secundaria es el constante
cercenamiento al desarrollo del proceso de
pensamiento del niño y de su autonomía.
En relación con esto, se observan en la clínica
psicológica cotidiana las serias dificultades que
tienen los padres en poner límites a los niños en
tanto, aun cuando recurren a un sistema de premios
y castigos, en la mayoría de los casos, ceden a la
persuasión que realizan los niños y levantan el
castigo.
Los premios y los castigos son objetos
materiales. En la sociedad líquida, el amor queda
materializado, se compensan las faltas con cosas
materiales (Bauman 2008b). Los padres creen
que para que sus hijos sean felices, necesitan
comprarles objetos, que la publicidad se encarga
de promocionar ilimitadamente.
Elconsumotambiénhaextendido su influencia
a la infancia. Dice Daniel Thomas Cook que
los valores morales de la vida contemporánea
consisten en la familiarización de los niños
con los materiales, medios de comunicación,
imágenes y significados referidos al mundo
del comercio. Antes de empezar a leer aparece
la adicción por las compras. La vocación
consumista parecería haberse convertido en
uno de los derechos humanos fundamentales.
Tampoco se reconocen las viejas fronteras de
clase, porque la TV, las vidrieras y los centros
comerciales son mirados por todos. (Aguinis
2010:175)
La sociedad de consumo promueve lo ilimitado, los
padres como producto de esta cultura no quieren
limitar a sus hijos. Frente a ciertos comportamientos
impulsivos de sus niños, imponen un castigo de
manera irreflexiva, actuando un modelo autoritario
que incorporaron en su propia infancia.
La emisión de las recomendaciones para
comprar tal o cual producto incorpora a los
más pequeños a los meridianos de la demanda
consumista, sostenida por la creencia de
las buenas intenciones de quienes desde la
pantalla les sugieren poseer determinados
bienes o consumir determinados productos.
Es decir, no se trata solamente del modo de
consumir y de desear, sino del entrenamiento
en creer aquello que se emite desde la
televisión como portavoz de las satisfacciones
pendientes (Giberti 2005:305)