Luis Alberto Tuaza Castro
Número 10 / ABRIL, 2020 (12-24)
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salvaguarda de sus territorios, el respeto a la na-
turaleza, la defensa del agua y la construcción de
un Estado plurinacional e intercultural (De Sousa
2012).
En sus localidades, los indígenas desarrollaron sus
propias capacidades de agencia a n de enfrentar
a las crisis económicas, políticas, sociales y cultu-
rales. Crearon y consolidaron las organizaciones
comunitarias, emprendieron los programas de de-
sarrollo, buscaron el apoyo de los aliados estraté-
gicos, entre estos, las organizaciones de coopera-
ción al desarrollo, la Iglesia Católica, las Iglesias
Evangélicas, instituciones que proporcionaron
recursos económicos y tecnológicos, con los que
construyeron caminos vecinales, infraestructura
educativa, servicios de agua entubada, el mejora-
miento de la producción agropecuaria y la capaci-
tación de los líderes comunitarios.
Entre las organizaciones comunitarias creadas por
los indígenas, se destaca la comuna, organismo
que se convirtió en ente articulador de la interrela-
ción y negociación indígena con las instituciones
estatales y otras entidades de cooperación. Si bien
es cierto, la organización comunal fue reconocida
por la legislación nacional, desde 1937, a través
de la Ley de Régimen de Organización y de Co-
munas; sin embargo, por la oposición de los blan-
co-mestizos de los centros parroquiales y de los
hacendados, esta ley solo se ejecutó después de la
segunda reforma agraria, en 1973, cuando fueron
creadas la mayoría de las comunas indígenas.
Contar con la comuna fue para los indígenas un
paso signicativo en la búsqueda de su liberación,
de la dominación de los hacendados y de los blan-
co-mestizos que administraban las poblaciones in-
dígenas, despóticamente. Antes de contar con la
organización comunal, los indígenas dependían de
los centros parroquiales. En estos lugares eran ob-
jetos de explotación, no podían tomar decisiones
por sí mismos (Pallares 2000), ni tener recursos,
ni establecimientos educativos donde educar a sus
hijos.
La comuna se convirtió en un espacio de democra-
tización, de resistencia y de otorgamiento de dere-
chos. Con la organización comunal, reconocida le-
galmente por el gobierno, los indígenas fundaron
las escuelas, posibilitando así el acceso de niñas y
niños a la educación primaria y secundaria (Tuaza,
2017); obtuvieron obras de infraestructura: casas
comunales, espacios deportivos, servicios de agua
entubada y riego, talleres artesanales, formaron a
líderes y lideresas que con el tiempo llegaron a los
espacios de representación pública.
En la comuna fue posible, también, la resolución
de conictos concernientes a temas jurídicos. Si
en el pasado los litigios de tierras, de familias y
de cónyuges se resolvían ante el teniente político
y los jueces a un costo económico alto, o los jui-
cios no eran resueltos a brevedad; en el espacio
comunitario se podían solucionar los problemas
rápidamente y con benecios para las dos partes
involucradas en el pleito (García 2012).
Para la década de los noventa del siglo pasado,
más allá de la organización comunal, los indíge-
nas crearon las Organizaciones de Segundo Grado
(OSG) que aglutinaban a varias comunas y asocia-
ciones a nivel cantonal y provincial. En 1986, los
dirigentes indígenas, representantes de las OSG de
las distintas partes del país, fundaron la Confede-
ración de Pueblos y Nacionalidades Indígenas del
Ecuador (CONAIE).
Animados por esta organización nacional, los in-
dígenas protagonizaron los levantamientos (1990,
1992, 1997 y 2000) que paralizaron al país. Las
dos últimas movilizaciones (1997 y 2000) desata-
ron la caída de los gobiernos de Abdalá Bucaram y
Jamil Mahuad. El eslogan de las mencionadas ac-
ciones colectivas fue: “nada solo para los indios,
la unidad en la diversidad” (Tuaza 2011:60). Este
ideal atrajo la simpatía y el respaldo de otros sec-
tores sociales a la lucha indígena.
En el afán de conquistar la participación política,
los indígenas crearon el Movimiento de Unidad
Plurinacional, Pachakutik Nuevo – País (1996),
brazo político de la CONAIE (Van Cott 2005;
Becker 2015), y posteriormente el Amautay Yu-
yay (1998), movimiento político de los indígenas
evangélicos (Guamán 2006). Estos dos movimien-
tos políticos permitieron participar a los indígenas
en la contienda electoral a nivel nacional y local.
Los candidatos indígenas por Pachakutik y Amau-
ta Yuyay, propusieron romper con las antiguas
prácticas políticas, caracterizadas por la discrimi-