Tannia Edith Rodríguez Rodríguez
prácticas religiosas. Esto sucedió porque en
Europa había surgido la revolución luterana cuyo
epicentro estaba en Alemania. Por otro lado, más
adelante, la Iglesia aceptó y ensalzó a los más
grandes místicos de la hispanidad: Santa Teresa de
Ávila y San Juan de la Cruz.
Si bien en todo el mundo hispano surgieron
personajes quienes despertaron sospecha y a
quienes se les siguió de cerca para determinar si
los arrobos que estaban sufriendo eran gracias
divinas, teatralidad oportunista o ataques del
demonio, “en poco se dio vía libre, con ciertos
retoques en algunos casos, a la publicación de
obras de místicos como Catalina de Siena o Santa
Teresa de Ávila” (Olivares 2005:52). En fin, solo
unos años más tarde de que la persecución había
sido dura, el misticismo se convirtió en la norma.
Podemos comprender que el periodo virreinal
implica un ambiente en el que lo maravilloso está
impregnado en la cotidianidad de la vida, pero en
el que también los controles inquisitoriales pueden
poner en riesgo la tranquilidad de esa misma
cotidianidad. Para Teodoro Hampe (1998), Santa
Rosa de Lima es el producto del ambiente que la
rodea, es producto de sus confesores y consejeros
espirituales. Otro tanto se podría decir de Santa
Mariana de Jesús. En el documento que recoge los
testimonios para el proceso de su beatificación,
se hace constantemente alusión a sus prácticas
religiosas, entre ellas, la oración mental que solo
unas décadas antes había sido mal vista y prohibida
por la Iglesia.
En tanto tiene que ver con el misticismo como
manifestación de austeridad y sacrificio, uno de
los testimonios más impresionantes que recoge
el documento que compila la información para
promover la causa para la beatificación de Mariana
de Jesús es el de Petrona de San Bruno. Se trata
de una religiosa de velo blanco del Monasterio de
Santa Clara de cuarenta años.
Este testimonio incluye los detalles de la vida
mística de Mariana, pues la testigo había conocido
personalmente y mantenido amistad con la santa,
es más, la había asistido en la hora de la muerte. El
testimonio de Petrona de San Bruno da cuenta de
cómo la vida mística de Mariana de Jesús estaba
fuertemente ligada a la mortificación corporal
desde los primeros años de vida, y cómo el nivel
de mortificación se fue convirtiendo en sacrificio:
“Usaba de varios géneros de cilicios, como eran
de cerdas de alambre, cadenas de fierro con puntas
agudas, de cardas que le hacían reventar sangre
del cuerpo…” (Matovelle 1902:69).
La Iglesia considera que todo santo debe poseer
virtudes en grado heroico. El castigo que Mariana
aplicaba sobre su propio cuerpo aparece ante los
ojos de la Iglesia como una virtud en grado heroico.
Este elemento se constituye en nacionalismo
cuando se difunde la historia de que ofreció su vida
a Cristo para salvar la de sus conciudadanos de
la peste. Petrona de San Bruno cuenta de primera
mano los hechos relativos a la extraordinaria vida
de santa Mariana. Por lo mismo, Santa Rosa y
Santa Mariana coinciden en la construcción social
del imaginario que se hace de ellas como heroínas
nacionales.
Particularmente, sobre Rosa de Lima, Ángela
Olivares (2005) relata el hecho histórico que dio
paso a la leyenda por la que se la declaró patrona
de Lima. Se trata del ataque de los piratas a la
ciudad el 22 de julio de 1615:
Aquel año, siendo virrey del Perú el marqués
de Montseclaros, llegó a las costas del país un
terrible pirata holandés, Georges Spilbergen,
con una escuadra de cuatro buques
fuertemente armados. A la altura de Cañete,
una armada española al mando de Ramiro
de Mendoza salió al encuentro de las naves
piratas a fin de impedir que llegase a tierra;
tras una dura batalla, en la que ninguna de las
partes consiguió vencer, los piratas lograron,
aprovechando una fuerte tormenta, escapar
de los españoles y despistarlos, dirigiéndose
hacia Lima (…) El 22 de julio de aquel año
de 1615, mientras los buques españoles los
buscaban en dirección contraria, los piratas
holandeses llegaron frente a la costa de
Lima; la ciudad se puso inmediatamente
en estado de alarma, y el virrey ordenó
que todas las tropas disponibles, así como
todos los hombres útiles de la ciudad se
dirigieran al puerto y a la costa para impedir
el desembarco. (Olivares 2005:95)
Toda la población, laicos y eclesiásticos, se
organizaron para la defensa de la ciudad de
modo que los holandeses no se atrevieron a