José-Luis Anta Félez; Eleder Piñeiro Aguiar
Número 10 / ABRIL, 2020 (116-129)
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mo-indigenismo-nacionalismo) la crítica desde
una mirada postcolonial e, incluso, discursiva y
textualista, que ha sido clave en la antropología
más reciente, la de los 90, pero esta crítica es de
otro cariz y bebe de otras fuentes. Lo interesante
es que la antropología social crítica en América
Latina se centró en los años 70 según los rubros
antes citados, y que dio a lo que Cardoso de Oli-
veira (1998) llama una antropología marginal y
periférica.
En última instancia, en América Latina gran parte
de la crítica tenía como centro el que se quería in-
tentar cuando se aplica la antropología social para
entendernos a nosotros mismos a través del otro,
lo que, en última instancia, signicaba entender a
estos otros que hay dentro.
La premisa básica era, por lo tanto, entender a es-
tos otros que había dentro de las fronteras nacio-
nales, nada que no viniese haciendo desde antaño
la Antropología norteamericana o europea. Esta
pretensión, que es un principio básico de la antro-
pología social y, consecuentemente, legítima, se
tornó en cierta medida en un elemento que traía
asociado a ciertos elementos puramente naciona-
listas, no pocos prejuicios hacia los otros y todo un
discurso de control político y económico por parte
de los estados.
Seguramente la antropología social más crítica de
los años 60 y 70 tenía en mente todo esto (para
una mirada más extensa e histórica véase Váz-
quez (1998:95-118)). Pero, en última instancia, es
evidente que el sistema crítico era tan tautológico
que alimentaba su propio monstruo. Lo que era su
principal pretensión, el conocimiento del otro, era,
a su vez, la cabeza que se quería cortar.
De hecho, la antropología social siempre ha tenido
este mismo problema: la creencia en la diversidad,
por encima de la diferencia, mucho más sociológi-
ca, es su principal virtud, pero también su princi-
pal defecto. Por eso mismo el giro de la crítica en
los 60 fue hacia otros derroteros: al hilo de Riveiro
(1972, 1975) y Galeano (1971) se planteó el doble
juego del colonialismo, interior y exterior, y las
consecuciones de las matrices culturales profun-
das la deriva hacia este punto tuvo un primer pun-
to de unión para toda América Latina, el profundo
sentimiento antinorteamericano y la recuperación
de la memoria histórica, social y política (Gonzá-
lez 1978).
Consecuentemente, desde los 70, la antropología
social más crítica tenía estas premisas como parte
de su denición, una fuerte idea nacionalista, casi
regionalista, una constante en el antinorteamerica-
nismo y, sobre todo, en los valores encarnados en
la new-deal y una mirada de clase y, consecuente-
mente marxista, hacia los otros internos y, concre-
tamente, hacia los grupos indígenas.
Pero la idea de colonialismo, interno y externo,
propició que la crítica, si bien perdiera en profun-
didad epistemológica, ganara una mirada hacia el
proceso aplicado y aplicacionista. La antropología
social ya no era solo una ciencia de gabinete, se
pedía que fuera la abanderada del cambio social
y que su fortaleza, basada en el estrecho trabajo
con los otros, fuera también parte de un ejercicio
de bondad moral y aplicación hacia un hipotético
desarrollo. Sin duda que este camino fue nefasto y,
en cierta media, lo sigue siendo.
En la medida que se le pedía a la antropología so-
cial soluciones críticas también se le pedía que to-
mara partido por unas explicaciones unicausales y
monocortes, todo lo contrario de su propia loso-
fía basada en reconocer la diversidad, la compleji-
dad y el holismo; y contrario también a su propia
metodología, la cual demanda estancias prolonga-
das sobre el terreno y una escritura y publicación
acorde a lo observado, la cual casi por denición
nunca puede realizarse en el cortoplacismo.
La antropología social más crítica se hacía al hilo
de su posible aplicación para el cambio social,
menos autocrítica, y solo era crítica con el enemi-
go antinacional montado como discurso ad hoc.
Además, se dejó seducir por su posible necesidad
convertida en elementos imprescindibles gracias
al servicio que se le hacía al estado y, consecuen-
temente, dejaba de tener sentido como elemento
crítico fuera de los estrechos marcos del estado,
sus instituciones e ideologías ¿Cuánta y cómo será
la crítica de una disciplina que vive bajo la única
ala del estado que la provee? ¿Qué sentido puede
tener esa crítica si no es capaz también de crear
una idea de autocrítica académica?
En efecto, el marco de la crítica se fue perdiendo