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ISSN 2550-6722
AGRICULTURA EN SUDAMÉRICA: LA HUELLA ECOLÓGICA Y
EL FUTURO DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA
AGRICULTURE IN SOUTH AMERICA: THE ECOLOGICAL FOOTPRINT AND THE
FUTURE OF AGRICULTURAL PRODUCTION
ABSTRACT
RESUMEN
Agriculture is a main productive activity in South America, which accounts for a large part of
the region production and exports. In this research, agricultural production in South America
was contrasted with variables related to the use of land and the application of polluting inputs
causing environmental damage, leaving an ecological footprint in the environment. An analysis
of agricultural production in this subcontinent and its implications on the ecological footprint
left in the region were made based on population data, land use, main agricultural products,
fertilizer consumption and herbicides in South America. The documentary research was used
to obtain the data of the variables mentioned and the multivariate analysis to form groupings
among countries with the variables of population, land use and consumption of fertilizers. It
shows that agricultural production in the subcontinent is diverse and complex, resulting from
the traditions of each country, and is obtained at the expense of a deep ecological footprint, as
a result of the need of the countries of the subcontinent to remain producers and exporters of
agricultural items that have an important role in their trade balances. The need to reconcile
the feeding of the inhabitants of the Earth and the preservation of the environment as a pending
task for social actors linked to agricultural production is discussed.
Keywords: agriculture, ecological footprint, agroecology
La agricultura es una actividad productiva principal en Sudamérica, que responde por una bue-
na parte de las producciones y exportaciones de la región. En esta investigación se contrastó
la producción agrícola en Sudamérica con variables relacionadas con el uso de la tierra y la
utilización de insumos contaminantes que provocan daños ambientales, dejando una huella
ecológica en el medio ambiente. A partir de los datos de población, uso de la tierra, principales
productos agrícolas, consumo de fertilizantes y herbicidas en Sudamérica, se hizo un análisis de
la producción agrícola en este subcontinente y las implicaciones que esta tiene en la huella eco-
lógica que deja en el ambiente. Se empleó la investigación documental para la obtención de los
datos de las variables mencionadas y el análisis multivariado para formar agrupamientos entre
países con las variables de población, uso de la tierra y consumo de fertilizantes. Se demuestra
que la producción agrícola en el subcontinente es diversa y compleja, resultante de las tradicio-
nes de cada país, y se obtiene a costa de una profunda huella ecológica, como consecuencia de
la necesidad de los países del subcontinente de mantenerse como productores y exportadores de
rubros agrícolas que tienen un papel importante en sus balanzas comerciales. Se discute la nece-
sidad de conciliar la alimentación de los pobladores de la Tierra y la preservación del ambiente
como tarea pendiente para los actores sociales vinculados a la producción agrícola.
Palabras claves: agricultura, huella ecológica, agroecología.
Eduardo Héctor Ardisana Bárbara Millet Gaínza
Antonio Torres García Osvaldo Fosado Téllez
P. EC130105.
Email: ehectorardisana@gmail.com
C. P. EC130105.
Email: barbaramilletgainza@gmail.com
P. EC130105.
Email: ktvratgmtg@gmail.com
C. P. EC130105.
Email: osvaldo.fosado@gmail.com
Facultad de Ingeniería Agronómica, Universidad Técnica
de Manabí, Portoviejo, Ecuador
Investigadora independiente, Ecuador
Facultad de Ingeniería Agronómica, Universidad Técnica
de Manabí, Portoviejo, Ecuador
Facultad de Ingeniería Agronómica e Instituto de Posgrado,
Universidad Técnica de Manabí, Portoviejo, Ecuador
Fecha recepción: 13/03/2018
Fecha aceptación: 07/05/2018
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INTRODUCCIÓN
A pesar de las muertes que causan los te-
rremotos, las inundaciones, la sequía, las
oleadas térmicas, la hambruna, las epide-
mias -VIH/SIDA, cólera, dengue, inuenza
y otras- y las guerras, la población mundial
continúa incrementándose. A nes de 2011,
la Tierra superó la cifra de 7.000 millones de
habitantes, y ya desde dos años antes se esti-
maba que hasta el año 2050 se incrementará
en unos 2.000 millones más (FAO 2009).
La Tierra cuenta con más de 13.600 millones
de hectáreas de tierras emergidas, pero una
parte nada despreciable de esta supercie se
distribuye en montañas, desiertos, pantanos,
selvas y otros accidentes geográcos en los
que la vida humana se hace muy difícil. Si a
estos terrenos inhóspitos o aún vírgenes se
suman las áreas ocupadas por las ciudades,
se puede entender por qué el área agrícola
mundial se reduce a unos 1.600 millones de
hectáreas. Para enfrentar el reto de alimentar
a la población creciente, la Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO 2009) consideró que se
debería aumentar el área agrícola en África y
Latinoamérica en 120 millones de hectáreas,
pero según sus propios estimados lo que su-
cederá es que se reducirá en 50 millones.
En el siglo XX, ante el incremento poblacio-
nal ocurrido después de la II Guerra Mun-
dial, se planteó la necesidad de alimentar a
estas personas. Para resolver ese problema
se aplicaron fórmulas de alto nivel tecno-
lógico, basadas en los adelantos cientícos
de la investigación en plantas y animales.
Surgió así la “Revolución Verde” que tenía
como propósito el incremento en los rendi-
mientos por unidad de supercie.
Las armas de esta revolución eran: nuevas
variedades de plantas, obtenidas a través del
mejoramiento genético; fertilizantes quími-
cos de origen mineral; plaguicidas capaces
de controlar insectos, microbios y plantas
indeseables; maquinaria agrícola para todas
las labores, desde la preparación del suelo
hasta la cosecha; diversos sistemas de rega-
dío, y otras tecnologías (Gliessman 2013).
Más recientemente se han incorporado a este
estilo de producción los organismos genéti-
camente modicados (OGMs), que han in-
crementado el área agrícola que ocupan de
1,7 millones a 134 millones de hectáreas,
desde su introducción en 1996 hasta 2016
(ISAA 2016).
Sin duda alguna, la población debe ser ali-
mentada, pero ¿cuál es el precio ecológico
que se paga por ello y qué herencia se está
dejando a las futuras generaciones?
Este artículo se propuso dos objetivos:
- Revisar los principales datos de la produc-
ción agrícola sudamericana y contrastarlos
con algunos elementos que reejan la huella
ecológica que esta producción imprime al
ambiente.
- Analizar la necesidad de continuar alimen-
tando a la población de la Tierra y conservar
a la vez el ambiente en que se obtienen estos
alimentos.
METODOLOGÍA
Se empleó el método de investigación docu-
mental. Se tomaron los datos de población
total y supercie total de cada país (CEPAL
2016), así como los de población rural y tie-
rras agrícolas (Banco Mundial 2016). Con
esta información, se calcularon la densidad
de población total, la población urbana y las
tierras no agrícolas, así como las siguientes
proporciones: población rural/tierras agríco-
las, población urbana/población rural y tie-
rras no agrícolas/tierras agrícolas.
Se revisaron los datos de producción agrí-
cola por países de Sudamérica (FAO 2016).
Del total de productos del agro generados en
cada país, se escogieron los más representa-
tivos, considerando el volumen total de pro-
ducción y la tradición histórica de su cultivo
en esas naciones.
La huella ecológica es un indicador de insos-
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tenibilidad que mide la supercie requerida
para obtener los recursos y absorber los resi-
duos de una determinada población (Rees y
Wackernagel 1996). En busca de un acerca-
miento a la huella ecológica que representa
la producción agrícola en la región, se toma-
ron los datos de consumo de fertilizantes ni-
trogenados, fosfóricos y potásicos, y se cal-
culó la suma de estos (fertilizantes totales);
se revisó también el consumo de plaguicidas
por hectárea (FAO 2014).
Con los valores de las variables de uso de la
tierra y de consumo de fertilizantes se reali-
zaron análisis de conglomerados usando el
método de Ward y empleando las distancias
euclídeas al cuadrado en las variables estan-
darizadas, para corroborar los análisis de los
datos observados y buscar homogeneidad en
el comportamiento de los diferentes países.
Los datos de consumo de herbicidas no se
incluyeron en este procedimiento por no es-
tar disponible la información para algunos
países.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Sudamérica está integrada por 12 países:
Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colom-
bia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Su-
rinam, Uruguay y Venezuela. En la Tabla
1 se muestran los datos de población total,
supercie total, densidad de población, po-
blación rural, población urbana, tierras agrí-
colas, tierras no agrícolas, y las proporciones
calculadas a partir de esas cifras.
Los datos demuestran que la población y la
supercie total de los países sudamerica-
nos son bastante heterogéneas. Compárese
a Brasil -que con sus 207,75 millones de
habitantes y 8,5 millones de km2 de super-
cie representa el 49,77 % de la población
total y el 47,75 % de la supercie total del
subcontinente- con Guyana y Surinam, cuya
población sumada alcanza solamente 1,32
millones de personas y sus respectivas áreas
totalizan apenas 480000 km2. En cambio, no
es Brasil el país más densamente poblado,
pues con 24,44 habitantes/km2 sólo sobrepa-
sa ligeramente la media de la región (23,44).
Los países con mayor densidad de población
son Ecuador y Colombia, con 57,64 y 42,29
habitantes/km2, respectivamente. Las meno-
res densidades poblacionales corresponden a
Guyana, Surinam y Bolivia, bastante aleja-
das de la media subcontinental.
También puede apreciarse que sólo 68,92
millones de sudamericanos viven en las
zonas rurales, lo que representa apenas el
16,51 % de la población total de la región
(417,35 millones de personas). Al analizar
la población rural por países, se observan
grandes desproporciones en Brasil (29,21
millones de habitantes rurales, para el 14,06
%), Venezuela (3,45 millones, para el 11,29
%), Chile (1,84 millones, para el 10,27 %),
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Argentina (3,55 millones, para el 8,2 %) y
sobre todo Uruguay (0,15 millones, para el
4,37 %). Curiosamente, el 71,42 % de los
guyaneses (el segundo país más pequeño del
área) vive en zonas rurales. Los datos de po-
blación urbana de los países complementan
a estos.
Sin embargo, una cosa es el área rural y otra
el uso que se da a la tierra, porque existen
diferencias entre lo rural y lo agrario (Álva-
rez, Cruz, Nova, Valdés y Prieto 2010; Mi-
llet, Héctor y Fernández 2015). El 82,35 %
de las tierras uruguayas están destinadas a la
agricultura (0,14 de 0,17 millones de km2);
otro tanto sucede con Paraguay (51, 21 %),
Argentina (53,23 %), así como Colombia
(38,59 %) y el propio Brasil (33,17 %). Los
países con menor porcentaje de tierras agrí-
colas son Surinam (0,5 %), Guyana (3.12 %)
y Bolivia (3,44 %), que tienen partes impor-
tantes de su territorio ocupadas por selvas,
en los dos primeros, y por montañas y de-
siertos en el último.
En cuanto a la proporción población rural/
tierras agrícolas, esta reeja la cantidad de
habitantes rurales por km2 de tierra destina-
da a la agricultura. Países como Surinam y
Ecuador, con 225 y 118 habitantes rurales
por cada km2 de tierra agrícola, contrastan
con otros como Uruguay y Argentina (1,07
y 2,39 habitantes rurales/km2 de tierras agrí-
colas, respectivamente).
Por su parte, la proporción población ur-
bana/población rural indica que en países
como Guyana (0,40), Paraguay (1,46), Ecua-
dor (1,73), Surinam (2,05) y Bolivia (2,17)
la cantidad de habitantes urbanos por cada
habitante rural no es para nada preocupante;
en cambio, en Argentina hay 11,19 habitan-
tes de las ciudades por cada poblador rural, y
en Uruguay 21,86; esta cifra representa más
del cuádruplo de la proporción de la región
(5,05). Aunque a primera vista estos datos
parecen reejar la cantidad de personas ocu-
padas en el agro y la cantidad de habitantes
urbanos que deben ser alimentados por cada
habitante rural, las cifras tienen un sesgo im-
portante: no todos los pobladores rurales se
dedican a la agricultura.
En el contexto actual, aunque la familia man-
tenga su residencia fuera de las zonas urba-
nas, es común que sus miembros combinen
ocupaciones agrícolas con otras actividades
no agrícolas o se dediquen exclusivamente
a estas últimas (Schneider 2009; Méndez
2015). Por tanto, se vuelve más sustancial el
análisis de la proporción tierras no agríco-
las/tierras agrícolas, que indica la cantidad
de tierra agrícola disponible para suministrar
alimento a las áreas no dedicadas a la agri-
cultura.
Las cifras mayores se encuentran en Su-
rinam, Guyana y Brasil, con valores respec-
tivos aproximados de 200, 72 y 31 millones
de km2 de tierras no agrícolas por cada mi-
llón de km2 dedicados a la agricultura. No
obstante, estos datos también deben valo-
rarse con cuidado, considerando que los tres
países tienen importantes áreas selváticas.
Uruguay, Argentina y Paraguay, en el otro
extremo, muestran proporciones por debajo
de 1, lo que indica un uso más balanceado
de la tierra para la producción de alimentos.
En el mismo orden de ideas, la gura 1 mues-
tra los agrupamientos encontrados sobre la
base del análisis de conglomerados, que re-
sumen el análisis de las variables de pobla-
ción y uso de la tierra de manera integral.
Puede apreciarse que Surinam y Uruguay
no forman grupos con ninguno de los otros
países, mientras el comportamiento de estas
variables es similar en el grupo que integran
Colombia y Ecuador. El resto de los países
queda agrupado en un solo conglomerado.
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Los productos de la agricultura en Sudamé-
rica (tabla 2) aunque también son heterogé-
neos como resultado de las características
del clima y la tradición agrícola de cada uno
de ellos, muestran algunas regularidades que
se exponen a continuación.
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La región sudamericana es una gran produc-
tora de azúcar (los 12 países que la integran
son productores de este rubro). Se destacan
también la producción de arroz (11 países),
maíz (10), papa (8), plátano/banano, naranja
y yuca (6). Otros productos como el aceite
de palma y la soya se obtienen solamente en
5 países del área; sin embargo, en el caso de
la soya, Brasil y Argentina son líderes mun-
diales en este rubro.
Un caso similar ocurre con el café, cuyos
volúmenes son sólo importantes en Brasil y
Colombia, pero estos dos países son también
líderes en la producción y exportación de
este producto. Finalmente, debe mencionar-
se que otras producciones agrícolas como la
colza, la uva, la manzana, el limón, el algo-
dón, el coco y el aguacate han sido incluidas
no por su importancia en toda la región, sino
por su relevancia particular en la economía
agrícola de determinados países.
Llama la atención que varios de los produc-
tos líderes regionales (azúcar, arroz, maíz,
soya) se obtienen a partir de grandes exten-
siones de tierra, dedicadas al monocultivo de
estas especies. Otras, como la papa, los plá-
tanos y bananos, la yuca y la naranja, cuando
son productos líderes de los países se obtie-
nen también en las mismas condiciones.
La interrogante entonces es: ¿cómo pue-
de una región tan heterogénea en cuanto a
su densidad de población, su población ru-
ral, las tierras agrícolas y las proporciones
analizadas hasta aquí, obtener elevadas pro-
ducciones agrícolas? La respuesta hay que
buscarla en una agricultura intensiva, con un
alto consumo de productos químicos (tabla
3).
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Sudamérica es una alta consumidora de fer-
tilizantes y plaguicidas. En los fertilizantes
nitrogenados, la media de la región es de
74,54 kg/ha, y si bien hay países como Bo-
livia y Guyana que aplican pocos volúme-
nes de estos productos, otros como Surinam
(142,18), Colombia (150,55) duplican ese
promedio, mientras Chile (243,77) excede
en mucho al triple de ese valor. La cantidad
de fertilizantes nitrogenados usados en la
agricultura chilena sólo es comparable a la
de China, que usa 296,8 kg/ha (FAO 2014).
Otro tanto sucede con los fertilizantes fosfó-
ricos y potásicos. Bolivia, Guyana y Ecua-
dor usan poco fósforo en sus suelos, y Gu-
yana, Argentina, Bolivia y Perú aplican poco
potasio; sin embargo, los altos volúmenes de
fertilizantes fosfóricos que emplean Colom-
bia, Chile y Brasil, y de fertilizantes potási-
cos empleados por Colombia, Brasil y Ecua-
dor elevan la media de la región a niveles
que triplican las cantidades usadas por sus
contrapartes en el Caribe y América Central
(FAO 2014).
La suma de los tres tipos de fertilizantes
(fertilizantes totales) que integra a los porta-
dores de estos tres componentes (nitrógeno,
fósforo y potasio) revela cifras alarmantes:
Chile, con más de 350 kg/ha de fertilizan-
tes, y Colombia con casi 300, exhiben las
peores cifras en este indicador. No obstante,
no son para nada despreciables los datos de
Surinam -sobre todo por ser un país con muy
pocas tierras agrícolas- Brasil, Venezuela y
Ecuador, todas por encima de la media re-
gional. Bolivia, obviamente, es la de menor
consumo de fertilizantes por unidad de área.
Al emplear los datos de las cuatro variables
en un análisis multivariado (Figura 2) se for-
man tres conglomerados: en el primero coin-
ciden Chile y Colombia, los mayores con-
sumidores de fertilizantes; el segundo está
formado por Argentina, Guyana, Bolivia y
Perú, y el tercero por las restantes naciones
del área. Este análisis integral corrobora los
datos particulares de los países.
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El análisis del consumo de plaguicidas por
unidad de área, que se mostró en la Tabla 3,
es más difícil, pues no se dispone de los da-
tos de Brasil, Paraguay y Venezuela. Pese a
eso, las cifras informadas por Surinam, Co-
lombia y Chile son bastante elevadas con
respecto a las de sus vecinos de la región.
La acumulación de sustancias tóxicas en
los suelos es una consecuencia del excesivo
empleo de fertilizantes químicos y plaguici-
das (López 2006). En particular, la adición
inmoderada de fertilizantes nitrogenados y
fosfóricos es una causa de la reducción futu-
ra de la productividad de los suelos (Pimen-
tel y Burgess 2013). Por otra parte, el ele-
vado consumo de fertilizantes y herbicidas
tiende a incrementar la demanda energética
de los suelos en los que se emplean, gene-
rando un efecto perjudicial al ambiente (Za-
mora et al. 2015).
A partir de los datos analizados hasta aquí,
puede apreciarse que la región sigue un
patrón de producción de materias primas
agrícolas y productos en su mayoría no ela-
borados, lo cual la mantiene en su posición
histórica de productor primario, que conser-
va desde la época del coloniaje. Este patrón
tiene su esencia en el extractivismo de recur-
sos naturales, que si bien se ha asociado tra-
dicionalmente a la minería y la explotación
de los hidrocarburos, incluye a la agricultu-
ra y aunque tiene su origen en los modelos
neoliberales, ha sido asimilado también por
los gobiernos progresistas del área (Gudynas
2010).
Al respecto es importante señalar que la
tesis de la “maldición de los recursos na-
turales” que condena a los países poseedo-
res de estos a convertirse en exportadores
de productos primarios y al subdesarrollo
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económico emergió en la década de 1970 y
ha sido revisada recientemente por Fulquet
(2015). Según este autor, a pesar de que el
crecimiento acelerado de países como China
demanda una gran cantidad de recursos pri-
marios -lo que ha incrementado los precios
internacionales de estos, como consecuencia
de que China paga estos productos a buenos
precios porque tiene necesidad de ellos- tal
fenómeno ha venido a reforzar la condición
de exportadores de materias primas de paí-
ses como los que integran el subcontinente.
Sin embargo, la perspectiva de los gobiernos
y las sociedades agrarias sudamericanas es
que este estilo de producción se considera
exitoso (Ferro 2017) por la alta participación
de estos productos agrarios en sus balanzas
comerciales hasta la actualidad.
Si a esta situación de dependencia económi-
ca, con una posición de productores de ru-
bros primarios agrícolas, se añade el costo
ecológico que estos países pagan para pro-
ducir estos productos ¿cuál es la causa de
que haya perdurado este modelo?
El enfoque de la Revolución Verde tiene su
esencia en un profundo sentido antropocén-
trico: el hombre se ve a sí mismo como due-
ño y señor del planeta, y considera que los
recursos naturales, en todo el amplio sentido
que el término entraña, están a su servicio.
Como señala Baquedano (2008) este espe-
cieísmo es, respecto a la especie humana en
su totalidad, lo que el racismo a determina-
das razas en particular. Y con ese enfoque
especieísta, el hombre se ha dedicado sis-
temáticamente a producir para su satisfac-
ción, al elevado costo del agotamiento del
ecosistema y de la destrucción paulatina del
planeta, lo que en denitiva lo conduce a su
suicidio como especie.
El Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático (IPCC 2014)
pronosticó que el cambio climático resultan-
te de la propia actividad antrópica impactará
sobre la producción de alimentos, porque se
producirán efectos depresivos sobre el creci-
miento y rendimiento de los cultivos, resul-
tantes de altos niveles de dióxido de carbono,
cambios en las precipitaciones, temperatu-
ras más altas y aumento en la ocurrencia de
eventos extremos, así como mayores daños
ejercidos por las plagas. La preocupación
por la degradación del ambiente y su causa
principal en el hombre se reeja incluso en
la Encíclica “Laudato si” del Papa Francisco
(SS Francisco 2015).
Sobre este tema, García (1995) citado por
Acosta (2009) se pregunta:
- ¿Cómo vivir en una tierra nita?
- ¿Cómo vivir con buena calidad de vida en
una tierra nita?
- ¿Cómo vivir una buena vida en una tierra
nita, en paz y sin desajustes destructivos?
Formuladas hace más de 20 años, estas in-
terrogantes mantienen su vigencia en la ac-
tualidad, pues la población y la demanda de
alimentos siguen creciendo a la par de sus
precios. La respuesta, sin duda alguna, está
en la sustentabilidad, denida como los tres
vértices de un triángulo (económico, ecoló-
gico y social) propuesto por Dyllick y Hoc-
kerts (2002) que tiene como centro al hom-
bre.
Aunque el hombre no creó la Tierra, es el
único ser viviente que puede transformar-
la de manera consciente y planicada; por
tanto es, paradójicamente, el único capaz de
destruirla. Tamaña responsabilidad coloca a
gobernantes, políticos, economistas, cientí-
cos, empresarios, productores y otros actores
sociales ante la decisión entre un modelo que
produce a gran escala, para obtener ganan-
cias a partir de las llamadas “commodities”
como la soya, el maíz y otros cultivos con
nes agroindustriales o biocombustibles, a
costa de la destrucción del ambiente (Pengue
2016), y un modelo que sin dejar de alimen-
tar a los habitantes del planeta sea amigable
con el entorno. La necesidad de reparación
de los agroecosistemas es evidente (Stoja-
novic 2017) pero no debe apartarse de esta
perspectiva. Es ilógico pensar, en la actuali-
dad, que se imponga un estilo de producción
que conserve el entorno pero no sea capaz de
alimentar a los habitantes de la Tierra.
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Es curioso que se haya planteado que si el
cambio climático reduce los rendimientos
en cultivos de subsistencia como la papa y
el maíz, los principales afectados serán los
pequeños productores (Rosenzweig y Hillel
2008). Sobre esta base, autores como Tester
y Langridge (2010) proponen como solución
la introducción a gran escala de productos
tecnológicos como los organismos genética-
mente modicados, en un enfoque que des-
de hace más de una década fue denominado
como “nueva” Revolución Verde (Segrelles
2005).
En el otro extremo, se plantea que si bien
los pequeños productores pueden resultar
perjudicados por los eventos del cambio
climático, ellos conocen estrategias ances-
trales para luchar contra estos fenómenos,
y que los agroecosistemas diversicados
tienen mayor capacidad de resiliencia ante
los eventos extremos (Altieri y Koohafkan
2008; Altieri y Nicholls 2013; Nicholls, He-
nao y Altieri 2015).
En la actualidad, las posiciones extremas en
cuanto a este dilema son mutuamente exclu-
yentes, pues de antemano critican duramente
al que consideran antagonista y evitan cual-
quier punto de contacto con este. La cuestión
de la preservación de la naturaleza como ele-
mento principal en la producción agrícola ha
sido debatida (Campala 2013; Ávila, Cam-
pusano, Galdámez, Jaria y Lucas 2017).
No obstante, hoy se precisa un modelo pro-
ductivo que sea capaz -a la vez- de preservar
el ambiente y de alimentar a los seres huma-
nos que habitan la Tierra. Este propósito no
puede lograrse ni con una agricultura alta-
mente tecnicada que no considere la con-
servación del ambiente, ni con un modelo
basado en la preservación de este que no sea
capaz de producir las grandes cantidades de
alimentos que demandará la humanidad en
pocos años, ajustándose a la vez a las nece-
sidades del mercado. La conciliación entre
estas dos grandes metas es la tarea no resuel-
ta de los actores sociales vinculados a ellas.
CONCLUSIONES
La producción agrícola en Sudamérica es
diversa y compleja, resultante de las tradi-
ciones de cada país, y se obtiene a costa de
una profunda huella ecológica, como con-
secuencia de la necesidad de los países del
subcontinente de mantenerse como produc-
tores y exportadores de rubros agrícolas que
tienen un papel importante en sus balanzas
comerciales.
La conciliación entre la alimentación de los
pobladores de la Tierra y la preservación
del ambiente es una tarea pendiente para los
actores sociales vinculados a la producción
agrícola, los que deberían valorar como ne-
cesidad, el hecho de establecer un compro-
miso encaminado a la superación de las ne-
cesidades alimenticias y la conservación de
los recursos naturales para las generaciones
futuras.
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